A raíz del asesinato de 40 migrantes en la cárcel donde los tenía encerrados el régimen de la 4T, el pasado 28 de marzo, en Ciudad Juárez, Chihuahua, se nos ha venido una catarata de explicaciones de todo tipo de opinadores que coinciden en culpar al régimen del presidente Andrés Manuel López Obrador, y al presidente mismo, de la responsabilidad de las muertes.
Una primera explicación lo acusa por nombrar mal a los encargados del sistema gubernamental migratorio, de donde se concluye que es responsable de las decisiones que éstos tomen. Dicho aparato es, en realidad, una policía especializada en perseguir, acosar, reprimir y encarcelar a trabajadores migrantes, hipócritamente llamado “de protección al migrante y a sus derechos humanos”, a cargo del organismo también especializado en dicha represión: el Instituto Nacional de Migración (INM), contemplado en la ley de migración mexicana.
Sin eufemismos, diremos que el INM es el puño golpeador del Estado mexicano a los proletarios extranjeros.
Se nos dice también —con toda razón, aunque parcialmente, como veremos líneas abajo—, que esta nueva desgracia de la clase trabajadora del mundo es resultado natural de cuatro años de improvisaciones del gobierno de Morena en México (como si antes de la 4T los migrantes hubieran vivido en un paraíso bien planeado), de cuatro años de falta de cuidado del gobierno morenista con los procedimientos, reglas y leyes de todo tipo, incluidas las relativas a la migración por territorio mexicano (como si el cumplimiento de dichas normas bastara para hacer de la vida del migrante un paseo celestial); de falta de respeto de los morenistas y su presidente a los derechos más elementales de los proletarios migrantes (como si en el resto del mundo los trabajadores migrantes gozaran de un respeto impoluto a sus derechos); de falta de coordinación entre las instituciones del gobierno de la 4T (como si antes no hubiera habido también egoístas mafias empoderadas dirigiendo cotos de poder estatal).
También sería resultado natural esta desgracia de la sumisión de López Obrador a Trump, al aceptar que su gobierno se hiciera cargo de decenas de miles de trabajadores migrantes expulsados desde Estados Unidos a México, una decisión estúpida e improvisada cuando carece de la infraestructura necesaria para ello y no dedica ni tiene pensado destinar presupuesto oficial a su debida atención, es decir, una grave inconsecuencia con sus propios dichos y una vileza de su parte.
O sea que, de acuerdo con estas opiniones, los verdaderos y únicos responsables del crimen del 28 de marzo son los morenistas y su régimen. Y nosotros afirmamos que esto es verdad parcialmente. Ninguna de las acusaciones es falsa, pero en su conjunto es una explicación incompleta. Quizá la explicación más completa la sepan algunos, pero se callan y no sabemos por qué. Por eso mismo, urge intentar una explicación más clara y acorde a los intereses de los trabajadores de nuestra patria, que no nos obligue a callar, sino a actuar.
Achacar toda la responsabilidad de estos crímenes a los actuales detentadores del poder es caer en la trampa, es ocultar al otro culpable tras bambalinas. Como en una cárcel, el carcelero vil e inhumano es el último engranaje de un sistema carcelario diseñado para oprimir y deshumanizar al preso, tal sistema, subyacente, es el responsable de fondo, se personifica en el carcelero de manera tan maravillosa que toda la culpa de un crimen queda al nivel del custodio o de su jefe inmediato, no del sistema; así, el Estado y todos sus componentes son el punto de toque entre la clase trabajadora oprimida y el sistema de producción basado en la obtención de ganancia capitalista a como dé lugar, de plusvalía, sistema que el Estado cuida y protege, a costa de la paz y tranquilidad del oprimido.
Los hombres generan su vida en la producción de sus satisfactores, allí empiezan su felicidad pasajera y su desgracia permanente: este sistema de producción, injusto en sí mismo, es el otro responsable, es el verdadero generador de la ansiedad enfermiza de los proletarios, migrantes o no, y del descuido y negligencia del Estado, de sus funcionarios, policías y carceleros, mexicanos o no. Y está tan maravillosamente diseñado que igual puede hacer que la culpa quede en el migrante desesperado que quema una colchoneta, en el carcelero cobarde e inconsciente o en el funcionario de alto nivel o en un presidente de la república, pero no en el sistema mismo.
Es una necesidad histórica de este sistema capitalista generar millones de desempleados; no puede, aunque quieran y sueñen algunos de sus defensores, dar trabajo a toda la clase proletaria. Esta es una verdad aceptada por las ciencias sociales y económicas. Este ejército de desempleados o reserva industrial, como la llamó Marx, es el más efectivo freno a la clase obrera; la más fuerte presión sobre los proletarios para vender en mejores condiciones su fuerza de trabajo surge de sus propias entrañas, de su misma clase de gente, conflicto que beneficia a sus adversarios de clase, a los poseedores de los medios de producción y genera, entre otros factores psicológicos, la ansiedad de migrantes y no migrantes.
La ansiedad de los migrantes es una manifestación no consciente de su inconformidad con todo el sistema social capitalista que no satisface su elemental derecho a la vida, contar con un empleo que les brinde un salario, ya no digamos justo, sino al menos equivalente al valor de su fuerza de trabajo, de lo que les cuesta seguir siendo trabajadores, mezclada con la insatisfacción generalizada, la ansiedad conduce tanto a migrantes como a sus comerciantes, estafadores, coyotes, carceleros, funcionarios bien vestidos y demás fauna, a la bestialización de cuyos límites jamás saldrá la lucha obrera si no se concientiza de su situación y de la imposibilidad de que esta forma de vida cambie por sí misma, de que es necesario ya en estos tiempos cambiarla por otra forma de vida, desde su raíz: la producción y la relación entre los trabajadores, los medios de producción y los patrones.
De cualquiera que sea el país, la fábrica o la institución de gobierno o la época, las noticias y los reportes son los mismos, en todos lugares se repiten este tipo de crímenes: en lanchas llenas de migrantes que se hunden en todos los mares, en disparos a mansalva a multitudes que tratan de saltar vallas en las más diversas fronteras, en accidentados tráileres llenos de migrantes o muertos por abandono dentro de ellos; migrantes esclavizados en todos los países capitalistas, secuestrados, explotados, corrompidos, prostituidos.
Los migrantes de todo el mundo capitalista se deshumanizan también por la violación de leyes por todas partes, por la acción nefasta de enfermedades curables o prevenibles como la covid-19, la falta de medicinas, de atención médica y de infraestructura de salud. Por todos lados se imponen la codicia y el afán de ganancias sobre los intereses y el bienestar de los trabajadores y la única respuesta del sistema capitalista de producción es imponer engañifas que no le toquen su sacrosanta plusvalía, ni le desarmen su ejército de desempleados del que pueda echar mano cuando lo necesite, sea para mandarlo al frente de guerra, meterlo como esquirol en la huelga o vándalo provocador en las protestas justas.
La situación del obrero es cada vez más desesperada y odiosa. Todas las promesas de un mundo mejor si la Unión Soviética desaparecía de la faz de la tierra, han resultado un engaño; el capitalismo, que se declaró triunfante y se creyó amo del mundo, sólo nos ha conducido a más guerras y pobreza, los trabajadores se rebelan hoy contra las medidas capitalistas en Alemania, en Inglaterra, en Francia, en Israel. Tanto en los países desarrollados como en los países pobres los avances tecnológicos no están al servicio del trabajador, al contrario, lo esclavizan más o lo echan a la calle, las condiciones laborales van en retroceso, el empleo es mal pagado y cada vez hay menos. Todo ello obliga a migrar. La gente huye del capitalismo… hacia el capitalismo: por ahora no hay de otra.
Las ganancias se acumulan cada vez más y más en pocas manos, los datos de lo que ganan los multimillonarios son apabullantes, ofensivos: es una ley del desarrollo social que entre mayor es la acumulación de capital el empobrecimiento alcanza mayores niveles, es inevitable, justo así sucede en la realidad. Si queremos romper este odiado círculo vicioso se impone la abolición de este sistema, basado en la apropiación del trabajo no remunerado.
Es posible un mundo sin migrantes, entendidos como proletarios que dejan su casa, patria, familia, amigos, para ir a buscar el pan lejos. Es posible, claro que lo es si la riqueza que todos generamos se distribuye más justamente. Siendo así, ¿qué necesidad habría de emigrar? Cambiar es, simplemente, cuestión de supervivencia del género humano y sólo pueden hacerlo sus víctimas. Manos a la obra, pues. tampoco hay de otra.
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