El 5 de noviembre se definirá si la presidencia de Estados Unidos la ocupará, a partir de enero del 2025, Donald Trump, del Partido Republicano o Kamala Harris, del Partido Demócrata. Como es común durante los periodos electorales en ese país, se han hecho afirmaciones rotundas sobre los resultados, por ejemplo, que el resultado provocará un cambio profundo en el rumbo de ese país y de otros que dependen de él, como es el caso de México, el país que más exporta a Estados Unidos y con el que comparte más de 3 mil kilómetros de frontera.
No es una elección en donde se enfrenten dos ciudadanos emanados del pueblo, para que los votantes elijan libremente y por mayoría de votos al que consideren que tienen mejores propuestas de gobierno, como se nos dice en los cuentos electorales para niños. Es un proceso en el que la oligarquía norteamericana, integrada por capitalistas financieros de Wall Street, monopolios mundiales de la industria, el comercio y las telecomunicaciones, así como el poderoso y multimillonario complejo militar-industrial fabricante de millones de armas, decidirá cuál candidato y partido le conviene más en la coyuntura mundial actual, e inducirá a los votantes, mediante costosas campañas mediáticas, para que respalden esa decisión y aparezca como una decisión tomada libremente por el pueblo. “Pero, gobiernen demócratas o republicanos, el poder siempre está a las órdenes de la oligarquía; el juego democrático solo sirve para ocultar tras él la dictadura del gran capital y de los señores de la guerra”, escribió hace algún tiempo el ingeniero Aquiles Córdova Morán.
No ganará necesariamente el que tenga más votos ciudadanos. Los votantes de cada estado eligen cierto número de representantes en el Colegio Electoral, en donde el recuento final puede ir en contra de la voluntad mayoritaria de los electores. Por ejemplo, George Bush fue presidente a pesar de tener menos votos ciudadanos en el año 2000; lo mismo ocurrió con Trump, en 2016. Son los más recientes, pero no los únicos casos.
Los procesos electorales en Estados Unidos pocas veces son tersos; las tensiones al interior de la oligarquía hacen que en ocasiones aflore la violencia e incluso el crimen. “No es la primera vez que la élite estadounidense está fuertemente dividida. Por supuesto, pensamos en la dramática guerra civil en torno a la elección presidencial de 1860 (la guerra de Secesión). Pero también en el asesinato de Kennedy en 1963, en la ruptura del consenso sobre la guerra de Vietnam desde 1968, el caso Watergate en 1973, el escándalo Irán-Contra en el gobierno de Reagan, la tentativa del impeachment de Bill Clinton, la protestada elección de Bush frente a Gore en el 2000. Salvo el primer ejemplo, ninguno puede compararse con la pelea actual” (Collon, Michel; Lalieu, Grégoire. El mundo según Trump, p. 108). Sin ir más lejos, en lo que va del actual proceso, en dos ocasiones han intentado asesinar a Donald Trump.
La operación de la oligarquía en la elección en Estados Unidos no se hace bajo el agua y sus aportaciones determinan quién gana la elección. Es pública la danza de los millones de dólares proporcionados por grupos empresariales, financieros, mediáticos y comerciales para apoyar a los candidatos, a cambio de compromisos para que la política y el presupuesto federal favorezcan sus intereses. Una detallada lista de los “donantes” (que, obviamente, esperan recuperar con creces su “donación”) fue publicada por Forbes el 23 de octubre: “Nuestro desglose registra 81 multimillonarios que apoyan a Harris y 50 que respaldan a Trump hasta el momento… Es posible que muchos más multimillonarios aún apoyen financieramente a un candidato, pero sus donaciones no se conocerán hasta después de las elecciones, cuando se publiquen los informes finales de la Comisión Federal Electoral en diciembre”.
La lista es larga, entre los “donantes” oficiales de millones de dólares para la campaña de Harris se encuentran, por ejemplo, Bill Gates (Microsoft); George Soros (Soros Fund Management); Christy Walton (Walmart); Reed Hastings (Netflix); Michael Bloomberg (Bloomberg, ex alcalde de Nueva York); Avram Glazer (Tampa Bay Buccaneers); Reid Hoffman (LinkedIn); Dustin Moskovitz (Facebook); John Pritzker (Hoteles Hyatt); Haim Saban (Fox Family Channel); Sheryl Sandberg (Facebook); Eric Schmidt (Google); Gwendolyn Sontheim Meyer (Cargill); Steven Spielberg (director de Hollywood); Laurene Powell Jobs (Apple); Taylor Swift (cantante multimillonaria, quien expresó su apoyo también), entre otras decenas de multimillonarios que “votan” con dólares.
Por su parte, Trump ha recibido “donativos” de: Elon Musk (el hombre más rico del mundo, CEO de Tesla y SpaceX), que dio 75 millones de dólares el trimestre pasado, y que diariamente rifa un millón de dólares entre los registrados como simpatizantes de Trump; Miriam Adelson (Las Vegas Sands Corp., donó 95 millones de dólares durante el tercer trimestre al Trump PAC); Stephen Schwarzman (Blackstone); George Bishop (perforador de petróleo GeoSouthern Energy); Timothy Dunn (perforador de petróleo Crownquest); Antonio Gracias (uno de los primeros inversores de Tesla); Robert «Woody» Johnson (Jets de Nueva York); Bernard Marcus (Home Depot); Phil Ruffin (Treasure Island Las Vegas); Kenny Troutt (carreras de caballos); Elizabeth Uihlein y Richard Uihlein (Uline packaging, donó 49 millones de dólares el último trimestre a Trump PAC); Terry Taylor (concesionarios de automóviles), entre otras decenas de multimillonarios “votantes” con dinero.
Como se ve, lo que aceita la maquinaria electoral norteamericana son los millones de los multimillonarios, que así aseguran que su agenda se impulse desde el gobierno. ¿Ante eso, cuál es el peso real de los votos de los ciudadanos pobres o de clase media? Casi cero. De aquí se desprende que, gane quien gane, no habrá cambios esenciales de rumbo en la política estadounidense, puesto que seguirá al frente del país la misma clase privilegiada del dinero. No habrá cambios importantes, a excepción, tal vez, en el tema de la continuación de las guerras en el mundo (recordemos que Trump ha sido el único presidente de Estados Unidos que no inició una guerra).
Si gana Trump, ha dicho que terminará la guerra en Ucrania y modificará el funcionamiento de la OTAN, pues él y su grupo la consideran un mecanismo costoso e inoperante para los afanes de dominación mundial de los Estados Unidos y de enriquecimiento de las élites, que deberán buscar otros mecanismos para seguir dominando. Si gana Trump tal vez cumpla esa promesa, en virtud de que, además, una parte mayoritaria del pueblo estadounidense está angustiada por el excesivo gasto militar y por el peligro de operaciones militares que involucren a sus hijos y preferiría que ese dinero se gastara en generar empleos, mejorar la salud o la educación; tal vez lo haga, si se lo permite la poderosa élite que lleva décadas enriqueciéndose de los negocios de la guerra. Si se abre esa tregua, los pueblos del mundo deben aprovecharla para seguir educándose, organizándose y construyendo un mundo multipolar, donde la riqueza no se concentre abusivamente y donde no se agreda a los pueblos debilitados por la expoliación que han sufrido durante siglos.
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