En noviembre de 2007, en la Cumbre Iberoamericana de Santiago el mundo pudo ver reunidos a varios jefes de estado conocidos como progresistas: Lula Da Silva de Brasil, Hugo Chávez de Venezuela, Evo Morales de Bolivia, Cristina Crichner de Argentina, Michele Bachelet de Chile, Rafael Correa de Ecuador, Daniel Ortega de Nicaragua, entre otros. Estos gobernantes se caracterizaron, por lograr mejores condiciones de vida para las clases populares, y promover la integración económica regional mediante organismos como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), La Comunidad de Estados Latinoamericanos y caribeños (CELAC) y el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) alejándose así de la égida de los Estados Unidos. Este distanciamiento fue seguramente lo que alertó al estado yanqui, quien inmediatamente puso en marcha un plan para reintegrar al redil a todas estas naciones por la vía de colocar a personajes más proclives a sus intereses, pues es en ellas donde se abastece de las materias primas y mano de obra barata que su industria necesita. La llegada de Mauricio Macri a la silla presidencial de Argentina en 2015 marcó el inició de un proceso de derechización en toda la región que permitió el acceso al poder a gobiernos menos dispuestos a beneficiar a las mayorías empobrecidas y más decididas a favorecer a las grandes empresas nacionales y extranjeras como Sebastián Piñera, Jair Bolsonaro, Lenin Moreno y Jeanine áñez, representantes de Chile, Brasil, Ecuador y Bolivia respectivamente. Que estos nuevos gobiernos son más obedientes a los Estados Unidos y refractarios a las necesidades de su pueblo lo demuestra el hecho de que una de las primeras acciones de Macri como presidente fue la expulsión de Mercosur, y el abandono en el que mantienen a los miles de ecuatorianos enfermos y fallecidos por Coronavirus, más la violenta represión que el gobierno chileno ha ordenado sobre la gente hambrienta a causa de la cuarentena.
Varios analistas coinciden en señalar que los lideres izquierdistas no intentaron o no pudieron realizar cambios profundos en el modelo económico pero lo más grave es que no involucraron al pueblo en sus proyectos de nación, sino que se concibieron a sí mismos, como agentes únicos de cambio, quizá con la excepción de Venezuela, por tal motivo fue imposible aplicar la continuidad y uno a uno han sido eliminados del escenario político. La condición de la unidad de las masas en torno a las transformaciones que le benefician para garantizar su éxito y permanencia lo demuestra el caso de Venezuela que pudo abortar el golpe de estado encabezado por Guaidó, pero sobre todo Cuba, que con todo y bloqueo económico han logrado resistir los embates del enemigo por más de 50 años.
El caso mexicano es especial, porque, aunque Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia de la República con la bandera izquierdista, ésta ha resultado ser solo un discurso hueco que se ha desbaratado al chocar con la dura realidad. Su relación con Norteamérica, por ejemplo, no se distingue de los gobiernos anteriores que tanto criticó, más bien se ha notado más entreguista en algunos casos. Ha convertido a nuestro país en muro que absorbe y evita el paso de la ola de inmigrantes que pretenden llegar al norte; ha firmado un tratado comercial que además de desventajoso, permite que "observadores" del vecino país entren a México a supervisar el cumplimiento de sus cláusulas; y, cediendo a las exigencias del imperio que necesita reactivar su economía, ha lanzado a los trabajadores a reanudar sus actividades en plena pandemia y sin la protección necesaria. Pero lo peor es que su política al interior del país ni siquiera muestra intentos serios de trabajar en beneficio de los más necesitados, ya que con el pretexto del "combate a la corrupción" desbarató programas sociales que brindaban apoyo a las familias más pobres como Prospera, Seguro Popular, guarderías, comedores comunitarios, albergues para mujeres maltratadas, etcétera; y en su lugar ha puesto otros mucho más limitados e insuficientes. El error de aislar a las masas en el proceso de cambio que los gobiernos progresistas cometieron en sus respectivos países, no solo lo está reproduciendo, sino que, además, les ha declarado la guerra a todas las expresiones políticas, negándoles su derecho a existir. Su llamada 4ª Transformación se ha convertido en una serie de reformas a la ley para nulificar al poder Legislativo y Judicial concentrando en su persona todo el poder y el dinero públicos, además de armas "legales" para atacar a sus competidores políticos. Sabedor de que se avecina una catástrofe económica con desempleo inseguridad y hambruna ha lanzado al ejército a las calles para controlar la situación. Todo lo anterior, aparte del pésimo e irresponsable manejo que le ha dado a la propagación de covid-19 está decepcionando rápidamente a los mexicanos provocando el repudio hacia su "gobierno de izquierda" que le ha dado la espalda a los trabajadores y pequeños y medianos empresarios por igual. Es decir que en los hechos el gobierno de López Obrador se comporta como un agente infiltrado en las izquierdas, haciendo el trabajo sucio de generarles una imagen desastrosa y empujando a la gente consciente o inconscientemente, a voltear la mirada hacia la derecha política; pues su actitud armoniza con la rabiosa campaña mediática que el imperialismo ha desatado en contra de los gobiernos progresistas; y para quien crea que es una exageración, habrá que recordar la noticia recientemente difundida de que un grupo de empresarios del norte mexicano ha buscado acercamiento con el gobierno de Trump solicitando su intervención para "poner orden" en nuestro país.
El pueblo de México debe saber que una verdadera izquierda se construye no mediante los autonombrados salvadores o mesías, sino cuando los más necesitados se deciden a organizarse y luchar por la conquista de mejores condiciones de vida. Mientras esa nueva realidad más justa y equitativa no llegue, sigue estando pendiente la lucha por el poder político de la nación para propiciar con ello una verdadera transformación.
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