En un escenario donde la desigualdad y la pobreza parecen no tener fin, el reciente plan presupuestal de la federación confirma, una vez más, que son los sectores más vulnerables de nuestro país quienes terminarán pagando las consecuencias de decisiones políticas equivocadas.
Es un ciclo que se repite, donde los más desfavorecidos ven cómo se les recorta el acceso a servicios básicos como la salud, la educación y la vivienda, mientras los intereses de los grandes poderosos se fortalecen.
El reciente plan presupuestal de la federación confirma, una vez más, que son los sectores más vulnerables de nuestro país quienes terminarán pagando las consecuencias de decisiones políticas equivocadas.
Este plan, que carece de una visión auténticamente social y de justicia, no hace sino perpetuar un sistema donde las élites gobernantes, junto con la burguesía en el poder, buscan mantener su control sobre el pueblo mexicano.
A través de Morena y sus políticas, observamos cómo se busca, además, la desaparición de instituciones autónomas que, aunque imperfectas, habían otorgado a la sociedad un margen de poder y control que los ciudadanos habían conquistado a lo largo de luchas históricas.
De manera alarmante, parece que el objetivo de este gobierno es erosionar esas conquistas, limitando el poder popular y reforzando el dominio de los grupos que siempre han gobernado desde las sombras.
Pero no se trata de una situación aislada de México. La descomposición que vivimos a nivel nacional es, en realidad, un reflejo del colapso más amplio del capitalismo en el mundo entero. Este sistema económico, que alguna vez se presentó como la solución para el progreso y el bienestar, ha demostrado ser incapaz de ofrecer respuestas efectivas a las necesidades más urgentes de la humanidad.
En lugar de avanzar hacia una sociedad más equitativa y justa, el capitalismo ha profundizado la desigualdad y ha favorecido a unos pocos a costa de millones de seres humanos.
Lo más preocupante de todo esto es la falta de preocupación por lo que realmente importa: la salud, la educación, la vivienda y la seguridad para los mexicanos. Estos problemas, que deberían ser la prioridad para cualquier gobierno que se considere legítimo, no parecen ser una preocupación para quienes toman las decisiones.
La desatención a estos sectores básicos muestra que, en el fondo, el sistema político actual está más interesado en mantener el statu quo y proteger los intereses de los poderosos que en garantizar el bienestar de la mayoría de la población.
Es por eso que el pueblo mexicano necesita despertar. Es urgente que se reconozca la situación crítica en la que estamos inmersos y que no se siga aceptando pasivamente la imposición de políticas que nos perjudican.
Si no actuamos, si no alzamos la voz y luchamos por un cambio verdadero, corremos el riesgo de que el capitalismo, con la burguesía a la cabeza, se recupere de la crisis que atraviesa y siga dominando nuestras vidas. Ya hemos vivido suficientes décadas de promesas incumplidas; es momento de exigir un futuro diferente.
México merece más que un modelo que perpetúe la pobreza y la exclusión. Necesitamos una nueva visión que busque la equidad, el acceso a servicios básicos para todos, y la redistribución de la riqueza. El pueblo debe retomar el poder, no sólo como una respuesta a las políticas neoliberales, sino como una reclamación legítima por la justicia social que tanto nos ha sido arrebatada a lo largo de la historia.
Es hora de que el pueblo mexicano despierte y luche por lo que realmente le pertenece: un país más justo, libre de las ataduras de un sistema económico que ha fracasado, y que ha dejado en el olvido a quienes más necesitan.
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