El noroeste de México enfrenta una crítica crisis hídrica, provocada por el calentamiento del planeta y la sobredemanda de consumo de agua en la agricultura, por las zonas urbanas y la gran industria.
La sequía es cada vez más aguda y abarca una mayor extensión de territorio en la entidad; muestra de ello son los datos que presentó en abril el Monitor de Sequía de México, reflejo de un fenómeno hídrico que no surgió de la noche a la mañana, sino que es resultado de la sobreexplotación de los mantos acuíferos superficiales y subterráneos, el desperdicio en varias formas del vital líquido, los graves cambios climáticos que implican más calor y menos lluvias, y la falta de un adecuado manejo del recurso.
El noroeste de México enfrenta una crisis hídrica crítica, con un aumento de la temperatura y una creciente escasez de agua debido a la sobredemanda en sectores clave como la agricultura, la industria y las zonas urbanas.
La poca disponibilidad de agua en la región pondrá a prueba la producción del sector agroalimentario, el ganadero y la industria, así como los tandeos y el racionamiento del agua a los sectores marginados, tanto rurales como urbanos.
El mayor consumo del vital líquido corresponde a la agricultura con el 76 %, seguido de los usos urbanos con el 13 % y el sector industrial con el 11 %. Dentro de este último, destacan las industrias química, agroalimentaria, ganadera y de producción o transformación de metales. Mientras unos pocos hacen grandes negocios con el agua, una inmensa mayoría padece las consecuencias de su escasez.
El año más caluroso desde que la ciencia lleva registro fue 2024, el primero en el que la temperatura media superó en 1.5 °C el nivel preindustrial.
El noroeste de México no es excepción; Sinaloa y Sonora lideran los mayores incrementos en temperatura promedio, sumado a precipitaciones cada vez más escasas que han agudizado la escasez hídrica. Vivimos ya las primeras consecuencias de causas sistémicas que, de no corregirse, acelerarán la crisis e implicarán graves riesgos para todos los sectores sociales y económicos, poniendo en peligro la vida humana.
Con la llegada del calor, aumenta obligadamente la demanda de agua en la población, en todas las ramas productivas y en la economía. Retos que deberán enfrentar y resolver con urgencia las autoridades.
En Sonora, ningún territorio se libra del estiaje: 56 de sus 72 municipios presentan sequía extrema y 16 enfrentan condiciones excepcionales. El 58 % del estado está catalogado con la categoría más alta de sequía. Hasta ayer, las presas de la entidad promediaban apenas 12.2 % de almacenamiento; la Abelardo L. Rodríguez y la Adolfo Ruiz Cortines están vacías, lo que preocupa a los sectores agrícola, ganadero e industrial.
El mapa de Sonora, según el Monitor de Sequía, aparece teñido de rojos, guindas y marrón —este último reservado a zonas críticas como el desierto del Sáric—.
En sólo un mes, la extensión de sequía extrema aumentó 17.2 mil p. p. y la de categoría excepcional creció 8 mil p. p. La sequía impacta el suministro de agua potable, la agricultura y la ganadería, afectando la economía y la calidad de vida.
Urge implementar un plan hídrico nacional, estatal y municipal con obras y medidas estratégicas que permitan revertir esta crisis a corto, mediano y largo plazo. Se ha propuesto reformar la Constitución estatal para reforzar el marco legal de la protección del agua, pero todo ello resulta insuficiente.
El reto para los tres niveles de gobierno es arduo, complejo y costoso. Se requiere conocer a fondo las causas profundas, estimar las consecuencias de la escasez y ejecutar acciones para mitigar sus efectos, pues no es aceptable seguir con una gestión inadecuada.
Basta de discursos vacíos, corrupción y acciones rapaces que han permitido la sobreexplotación de mantos acuíferos y enriquecido a unos cuantos. Es imprescindible regular el consumo, comenzando por quienes demandan mayores cantidades y aportan menos al cuidado del recurso.
Aunque el gobierno carga con la responsabilidad, la iniciativa privada debe participar activamente, pues hasta ahora ha priorizado sus propios intereses. Es necesario rehabilitar pozos, optimizar el uso del agua y promover la conservación en todos los sectores.
El gobierno debe cambiar radicalmente su modo de operar y administrar este servicio, empezando por los mayores consumidores. No hay agua que alcance para saciar la voracidad del capital: es como llenar un tambo agujereado de proporciones gigantescas.
Los más afectados, como siempre, son los más humildes y desposeídos, a quienes las pipas solo llegan cada ocho días si bien les va. Debemos actuar a tiempo para frenar este grave fenómeno: mañana podría ser demasiado tarde.
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