MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El calor y la deshumanización en Baja California Sur

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El municipio de Los Cabos, de por sí seco, ahora está anormalmente seco, según la Conagua, en tanto que el resto del Estado de Baja California Sur padece sequía moderada. Pero no habrá sequía para los hoteles y los campos de golf. El problema es para la gente cabeña común —351 mil habitantes en 2020—, la que ya de por sí está vulnerada por la mala vida que provoca su pobreza. En promedio cada habitante de Los Cabos consume diariamente un aproximado de 210 litros, dicen sus autoridades, mismas que reconocen que el municipio tiene un déficit de 600 litros por segundo (“¿Y el agua para cuándo? Los Cabos se acerca al Día Cero entre fugas, cortes y estrés hídrico”, en posta.com.mx del 30 de abril de 2025). Eso quiere decir que 3 personas se quedan sin agua por cada segundo que pasa, más de 250 mil personas por día. Pero los 23 campos de golf de Los Cabos, ellos solos, consumen diariamente lo que abastecería de agua a 184 mil cabeños; como se escucha: en un día. (Rocío Casas, reportaje en buzos.com.mx “Dos caras en Los Cabos: agua en exceso para turistas y colonias con sed”). Es inocultable la gravedad del asunto para los desposeídos… y ya tenemos encima la temporada de calor.

Agregue usted que llovió muy poco el año pasado, escasea el agua subterránea, y la que hay se destina ¡al pasto verde! Mucha gente sencilla cree la idea de que los hoteles desalan agua del mar para regar sus enormes jardines y campos de golf, pero el mismo reportaje de Rocío Casas comprueba que cuando se pregunta a los capitalistas del turismo datos precisos de cuánta agua desalada y cuánta potable usan para sus campos, no hay registros de esas cifras ni hay supervisión gubernamental ni sus consecuentes reportes: simplemente no hay nada, ni nada se sabe con certeza. Así lo afirma María Z. López Flores, responsable académica de la carrera en Gestión y Ciencias del Agua, de la Universidad Autónoma de BCS, en el citado reportaje.

El objetivo burgués de esta opacidad es claro: conviene hacerle creer al pueblo que los ricos desalan agua de mar y no que lo saquean, que abusan de su poder y sus influencias. La desinformación y el engaño desactivan la protesta popular. La distribución del agua, como la de la riqueza generada por todos, es desigual.

Y lo mismo sucede con el tratamiento de las aguas negras que generan Cabo San Lucas y San José del Cabo: los derrames de aguas de drenaje son una constante (siete mil casos en 2023 y similar en 2024), además de ser bien conocido que San José del Cabo, con todo el poder económico que ostenta, es incapaz de tratar debidamente sus aguas negras y que el exceso va hacia la única área natural protegida con que cuenta esa ciudad turística: el estero Josefino, que sufre de creciente contaminación. La infraestructura crece a un ritmo criminalmente insignificante, que expone a la población cabeña al surgimiento de todo tipo de enfermedades en cuanto arrecie el calor de esta temporada que inicia. Los datos de La Paz son igual de desesperanzadores.

Estas son algunas características del desarrollo capitalista en Baja California Sur, que no tiene absolutamente ninguna traba oficial y sí, por el contrario, todo el apoyo gubernamental.

En el capitalismo la principal mercancía es la fuerza de trabajo de los hombres, la única capaz de generar un valor mayor al de su costo de producción y, por tanto, la fuente auténtica de todo nuevo valor, de toda riqueza. Como mercancía que es, su producción no escapa a las características esenciales de toda mercancía generada en este sistema: es una producción esencialmente anárquica. Aunque hay momentos en que las políticas demográficas de algunos gobiernos tratan de regularla, lo cotidiano es que la capacidad de trabajar brota por todos lados, por todos los poros de esta sociedad, surge sin ton ni son pues todo hombre y mujer promedio la tienen por el solo hecho de existir. La posibilidad de comprarla a bajo precio aumenta en la medida en que la oferta de mano de obra crece, por ello es del interés de los ricos capitalistas que sobren millones de posibles trabajadores.

Pero al capitalista no le interesa el individuo trabajador como ser humano, pensante y sensible, sino como mercancía con capacidad de trabajar. E igual que con el resto de las mercancías, la almacena para utilizarla cuando le convenga. Los barrios y colonias populares empobrecidos son los sitios donde se almacena la capacidad de trabajar, la fuerza de trabajo que será comprada a satisfacción del capitalista. Es una idea desagradable, pero cierta: la fuerza de trabajo de los hombres y mujeres mexicanos se amontona como sea en las bodegas-barrios, a la espera de ser comprada a como convenga al comprador.

El amontonamiento de mano de obra en el municipio Los Cabos queda claro en estas cifras, de las más pasmosas del país: En la década de1990 a 2000 la tasa de crecimiento fue de un asombroso 140%, la población pasó de apenas 44 mil residentes a 105 mil. Del año 2000 al 2010, la tasa de crecimiento fue un sorprendente 126%, la población subió a 238 mil. En la ciudad más pequeña, San José del Cabo, entre 2010 y 2020, la población casi duplicó su tamaño, pasando de 69 mil residentes a 136 mil. Sin embargo, eso no es nada comparado con Cabo San Lucas, donde la población casi se triplicó durante el mismo período, pasando de 68 mil a 202 mil (“Las cifras que muestran el enorme crecimiento poblacional de Los Cabos”, eldespertar.mx, del 19 de octubre de 2024).

Y todo eso sucedió —salvo los barrios de la gente “bien”— sin orden urbano ni planificación, con invasiones, con asentamientos nuevos a cada momento en zonas de riesgo grave que, con cada azote huracanado, causan grandes estropicios a la población más humilde: los capitalistas del turismo y sus autoridades dejaron, complacientes y ambiciosas, que la población creciera deformemente monstruosa. Este el reino intocable de la asombrosa y maldita anarquía de la producción de mano de obra barata, del ejército de reserva que los capitalistas del turismo requieren como el aire que respiran, porque de su pobreza surge la riqueza que acaparan.

Pero a diferencia del resto de las mercancías, la fuerza de trabajo tiene la capacidad de adaptarse a la desagradable vida de las bodegas-barrio: resiste, sobrevive, aunque tenga que delinquir; con un poco de huevos, frijoles y tortillas se puede reponer. Por ello, no es necesario invertir mucho en las condiciones de almacenamiento de esta particular fuerza productiva. Le bastará con un cuchitril por casa, con poca agua, aunque no tenga drenaje (ya se curará por sí sola de alguna diarrea), ni escuelas ni clínicas (o quizá se le ponga un remiendo que haga las veces de…) y, si respira polvo todo el día en las calles sin pavimento, la congestión nasal perpetua no le impedirá trabajar de albañil. Es una capacidad de trabajo admirablemente sumisa, controlable con unos pocos pesos al mes.

Y si a esta capacidad de trabajo se le viene encima una fuerte ola de calor, ya sabrá capotearla; quizá haya alguna que otra merma con la muerte de algunos, los más débiles, o el surgimiento de discapacidades que inutilizan a algunos miles, pero quién les manda pertenecer al bando de los vulnerados. En todo caso su pérdida está contemplada como una mengua previsible, un desecho de mercancía caducada que no afecta el papel de esta reserva de mano de obra en la producción capitalista. Tres millones de turistas hospedados en 2022 son la magnífica recompensa de semejante deshumanización… y van en constante aumento.

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