En México, el analfabetismo no es sólo un problema educativo; es un síntoma de un sistema económico y social que perpetúa la desigualdad. Aunque la tasa de alfabetización en el país alcanza un 94.4 % en la población adulta, detrás de esta cifra aparentemente alentadora se esconde una realidad preocupante: más de 5.5 millones de adultos no saben leer ni escribir, situación que no sólo limita el desarrollo individual de quienes la padecen, sino que también frena el progreso del país en su conjunto.
La lucha contra el analfabetismo es, en esencia, una lucha contra la desigualdad, sin un cambio en la estructura económica del país, no podremos garantizar la igualdad de oportunidades para todos.
Las cifras son aún más alarmantes cuando se analizan por género y región. Mientras que el 95.57 % de los hombres adultos están alfabetizados, la tasa de alfabetización de las mujeres es del 93.32 %, esta brecha se acentúa en estados como Chiapas, Guerrero y Oaxaca, donde el analfabetismo puede afectar a catorce o doce personas por cada cien habitantes.
En Morelos, por ejemplo, el 2.3 % de la población adulta no sabe leer ni escribir, y seis de cada diez personas analfabetas son mujeres. Además, el 25 % de los analfabetas en este estado son mayores de 75 años, un grupo etario que enfrenta barreras aún más grandes para acceder a la educación.
La pobreza es la principal causa de este fenómeno, en un país donde millones de familias viven en condiciones de marginación, la educación se convierte en un lujo inalcanzable.
Para muchas de estas familias, la prioridad es la supervivencia diaria, lo que obliga a niños y jóvenes a abandonar la escuela para trabajar y contribuir al sustento del hogar, esta decisión, aunque dolorosa, es una realidad que se repite en comunidades rurales y urbanas marginadas, donde el acceso a la educación y a la tecnología es limitado.
La falta de infraestructura escolar en zonas alejadas de las grandes ciudades agrava aún más el problema, la brecha digital, la falta de acceso a internet y a dispositivos tecnológicos se convierten en obstáculos adicionales para quienes buscan una educación de calidad.
En México, el acceso a la educación y a la tecnología sigue siendo un privilegio de unos pocos, mientras que la mayoría lucha por superar las barreras económicas y sociales que les impiden avanzar.
Sin embargo, el problema del analfabetismo no puede resolverse únicamente con mejoras en la infraestructura educativa, la raíz del problema es un sistema económico que concentra la riqueza en unas pocas manos, mientras millones de mexicanos viven en la pobreza.
Esta desigualdad económica es la que impide a muchas familias invertir en la educación de sus hijos, pues la necesidad inmediata de generar ingresos se impone sobre la formación académica.
Para erradicar el analfabetismo, es necesario un cambio profundo en el sistema económico del país, pues el Estado debe garantizar que cada niño, joven y adulto tenga acceso a una educación de calidad, independientemente de su condición económica, esto implica no sólo invertir en infraestructura escolar y tecnológica, sino también redistribuir los recursos de manera más equitativa y fomentar un desarrollo inclusivo que no deje a nadie atrás.
La lucha contra el analfabetismo es, en esencia, una lucha contra la desigualdad, sin un cambio en la estructura económica del país, no podremos garantizar la igualdad de oportunidades para todos. El analfabetismo en México es una manifestación clara de las desigualdades que afectan a millones de personas.
Sólo reduciendo la pobreza, garantizando el acceso a la educación y construyendo un sistema económico más justo podremos erradicar este problema y construir un futuro más próspero para todos los mexicanos.
No basta con mejorar la infraestructura educativa o ampliar el acceso a la tecnología; es necesario transformar el sistema económico que perpetúa la pobreza y la exclusión, sólo a través de un modelo que redistribuya mejor la riqueza, invierta en educación y garantice oportunidades para todos podremos erradicar este problema.
La educación no debe ser un privilegio, sino un derecho al alcance de todos los mexicanos, el futuro de nuestro país depende de nuestra capacidad para construir una sociedad más justa e inclusiva, donde nadie se quede atrás.
Hoy más que nunca, es necesario reconocer que la educación no es un privilegio, sino un derecho fundamental. Y sólo a través de la justicia económica y social podremos hacer de este derecho una realidad para todos.
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