Una de las estrategias mediáticas que le permitieron a AMLO desviar la atención del pueblo sobre graves acontecimientos durante todo su sexenio fue provocar pleitos con distintos personajes de la vida política nacional o internacional, o mostrar algún percance que afectara a él o al desempeño de su función como presidente.
Durante todo el sexenio hemos podido ver que, en los momentos en que estallaba algún problema económico, político o de cualquier índole que, dada su gravedad o por mostrar la ineptitud o negligencia del Gobierno que él encabeza, generaba rechazo o condena por parte de muchos mexicanos.
Entonces, el presidente instrumentaba maniobras distractoras; algunas de burda manufactura, como aquella en la que trató de hacer creer a todos los mexicanos que iría a atender a los cientos de miles de damnificados del huracán “Otis”, el cual devastó cientos de miles de hogares de acapulqueños.
El pueblo mexicano no necesita que lo perdone el rancio poder monárquico español, sino que los pueblos originarios reciban justicia real aquí en México.
Supuestamente, AMLO iba viajando por carretera en un jeep del Ejército mexicano y, en un punto de la carretera, el vehículo quedó atascado. Según esta demagógica y tramposa narrativa, no pudo llegar a Acapulco.
Los analistas más incisivos y críticos del Gobierno morenista inmediatamente desnudaron la grosera maniobra, planteando simples y contundentes preguntas: ¿teniendo todo el control de las fuerzas armadas, de las dependencias federales y el presupuesto del país, tenía que viajar por carretera en un viejo jeep? ¿No debía, dada la urgencia de atención al pueblo, viajar en helicóptero? (Lo cierto es que nunca se presentó el presidente AMLO en alguna colonia de Acapulco o sus alrededores. Las veces que llegó a Acapulco fue a una base militar).
Su argumento fue increíblemente mendaz: “No puedo permitir que se le falte al respeto a la investidura presidencial”. Así, en muchas ocasiones, AMLO utilizó las maniobras mediáticas para engañar a sus seguidores y a gran parte del pueblo mexicano, que, dada su falta de educación política, desgraciadamente se deja arrastrar por esas toscas manipulaciones.
Ahora, la actual presidenta, Claudia Sheinbaum, aplicando las mismas manipulaciones mediáticas, nos ha endilgado de nueva cuenta el ya trillado culebrón de desatar un temporal diplomático con el Gobierno de España. La presidenta, antes de tomar posesión de su cargo, no giró la invitación al rey de España, Felipe VI, para que asistiera a la ceremonia donde fue ungida como mandataria de la nación. Inmediatamente.
La reacción del Gobierno español fue considerar inadmisible ese desplante diplomático del Gobierno mexicano. El Gobierno español, encabezado por Pedro Sánchez, decidió no mandar a ningún representante a la ceremonia donde Claudia Sheinbaum asumió la Presidencia. En España, las aguas políticas se agitaron de inmediato.
Los partidos que han criticado al rey de España, en algunos casos, incluso consideran un acierto de Sheinbaum y el obradorismo que no se haya invitado al monarca, pues esta monarquía es un lastre para el pueblo español, dado que no tiene prácticamente ninguna función real que cumplir, y, además, los monarcas españoles se han caracterizado por su corrupción.
Por su parte, la derecha española, con su característica posición racista y colonialista, se desató en vituperios contra el Gobierno mexicano.
Sin embargo, a pesar de la batahola en España, lo cierto es que esa supuesta defensa por parte de AMLO y Sheinbaum de los pueblos indígenas, que fueron objeto de un genocidio hace 500 años por parte de los conquistadores españoles, es un recurso tramposo. La tal defensa de los pueblos originarios es una monumental mentira, pues, al igual que en sexenios anteriores, en donde los gobernantes —“conservadores”, según la fraseología obradorista— nunca lograron sacar de la miseria a los 23 millones de indígenas que hay en el país, el partido Morena, bajo la batuta de AMLO, tampoco logró que se elevaran sustancialmente los niveles de vida y bienestar de los rarámuris de Chihuahua y Durango (en esa etnia, el 97 % de habitantes viven en pobreza extrema; ahí la mortalidad infantil es de las más altas del mundo, y todavía los habitantes pueden morir de hambre).
Lo mismo podemos decir de los huicholes del norte de Jalisco y Sierra de Nayarit, donde decenas de miles de indígenas abandonan su tierra para ir a trabajar como jornaleros en zonas costeras de Jalisco, con salarios de hambre.
También los indígenas de la Montaña del estado de Guerrero tienen una existencia lastimosa, pues es una zona donde los niños todavía mueren por enfermedades curables y atendibles, como las diarreas y las enfermedades del aparato respiratorio, pero que no se pueden salvar porque no hay hospitales, ni clínicas, ni medicamentos.
Lo peor es que la desnutrición infantil es parecida a la de los países más pobres del mundo. Es muy conocida la situación de la etnia de los ñañús de Hidalgo, de los purépechas de Michoacán, hundidos en los vicios, la ignorancia y la absoluta pobreza.
En fin, sería largo de enumerar lo que les ocurre a todas las etnias de México. Por tanto, es claro que el “indigenismo” de AMLO y su partido Morena es una pantalla demagógica. Ahora, la exigencia de Sheinbaum de que el monarca español pida perdón por el genocidio de indígenas durante la Conquista es una vil maniobra urdida por AMLO, pues, ante la escandalosa incapacidad del Gobierno que acaba de concluir para frenar la violencia en Culiacán, Sinaloa —violencia desatada por el enfrentamiento entre dos fracciones de un grupo criminal, una de las cuales acusa al gobernador, de extracción morenista, de ese estado de ser el culpable del enfrentamiento que ha dejado, en las últimas tres semanas, más de 100 asesinados y ha obligado a decenas de miles de familias a vivir encerradas en sus domicilios y, por tanto, a suspender prácticamente cualquier actividad, sea esta laboral, escolar, recreativa, etcétera, afectando la situación económica (se calcula que diariamente la economía de Culiacán pierde 500 mil millones de pesos) de cientos de miles de personas y que mantiene a toda la población en un ambiente de terror y zozobra—, el desprestigio del presidente creció.
A ese creciente descontento se le sumó otra noticia que ha generado irritación en el pueblo: la noticia de que estos días se cumplieron diez años de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, a cuyos familiares, que han estado en lucha permanente estos diez años, nunca se les hizo justicia, muy a pesar de que AMLO, antes de llegar a ser presidente, les prometió que, de ganar la presidencia, él sí haría justicia.
Esa justicia nunca llegó, pues AMLO, lo menos que se puede decir sobre este asunto, no quiso ir al fondo: hacer justicia le provocaría un choque con el Ejército.
AMLO, primero, y luego Sheinbaum, tuvieron que desempolvar el pleito con la monarquía española para distraer al pueblo. Sin embargo, el pueblo mexicano no necesita que lo perdone el rancio poder monárquico español. Los pueblos originarios requieren justicia real aquí en México. La verdadera justicia no consiste en las hipócritas exigencias de los presidentes.
Los pueblos originarios requieren que, en los hechos y no con palabrería, se acaben sus seculares males; que se acaben su miseria y su marginación, que es la más grave que cualquier mexicano tenga o haya tenido, pues los indígenas son los más pobres entre los pobres, son los olvidados que ocupan la última escala en el orden social.
México no necesita de este indigenismo engañoso que sólo sirve para seguir disfrazando a gobiernos que, en los hechos, han permitido que los ricos se vuelvan más ricos y los pobres sigan acumulando rezagos e injusticias sociales.
El pueblo mexicano, unido —sean indígenas o mestizos o de cualquier raza que sufra explotación e injusticias—, debe llegar a la comprensión de que hace falta un cambio verdadero: necesita que la clase trabajadora del país gobierne la nación.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario