No es que antes estuvieran bien las cosas; incluso hasta podría creerse que los de antes robaban más.
Pero ahora las cosas tampoco están bien; incluso se antoja que están mucho peor, a pesar de que se prometió a los pobres que serían ellos los primeros.
Los cambios históricos, como la caída de la monarquía feudal en Rusia, demuestran cómo el poder siempre se mantiene en manos de los mismos, independientemente de las promesas de reforma.
Eso demuestra el paquete económico 2025 del actual gobierno cuatrotero. ¿Qué pasa? Abrevemos en la historia; ella nos ilustrará para saber y sobre qué hacer para que las clases trabajadoras, únicas productoras de la riqueza social, puedan disfrutar de esta y no se concentre en pocas manos para disfrute sólo de los que no trabajan pero mandan porque concentran el poder, llámense esclavistas, señores feudales o capitalistas.
La política se entiende no sólo como el ejercicio del poder, sino como la forma concreta de gobierno.
Un país nace con el Estado; con la división de clases dentro de la sociedad al descomponerse la comunidad primitiva que había durado toda la prehistoria. Nace con la civilización que, al inventar la escritura, deja registro escrito de los acontecimientos y creencias dando origen a la historia propiamente dicha.
La política, entonces, se encuentra determinada por el tipo de Estado resultante del tipo de relaciones de producción propias del grado de desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad.
Ese tipo de Estado subyace y trasciende a todas las formas de gobierno; desde las más autocráticas hasta las más democráticas; pasando por todos los matices deseables, sin que se altere ni tantito el carácter de clase de aquel.
Sirve para ilustrar mi pensamiento lo acontecido en Rusia en 1917, cuando los habitantes del país, encabezados por la socialdemocracia, derrocaron en febrero al gobierno de los zares para echar por tierra el último bastión de la nobleza feudal, terminando el periodo de toda una época o formación socioeconómica, basada en el modo de producción feudal, que cedía ante el peso y paso arrollador de nuevas fuerzas productivas.
Tales fuerzas construían también nuevas relaciones sociales de producción, prácticamente desde el siglo XIV, con individuos “libres”: libres de toda propiedad y de toda traba que les impidiera vender “libremente” su fuerza de trabajo a los patrones; nueva clase rica y poderosa que, dominante, se enseñoreaba ya en el mundo entero.
Derrocada la monarquía feudal en la persona de los zares, llegó al poder una representación del “pueblo” encabezada por un gobierno provisional a cuya cabeza se encontraba el príncipe Lyvov y otros representantes de los propietarios y ricachones.
Sin embargo, para tranquilizar y mediatizar a las masas que se inquietaban ante la evidencia, puesta ante sus ojos por sus líderes consecuentes, de no verse cubiertas sus necesidades ni satisfechas sus expectativas libertarias y cuyas reivindicaciones políticas amenazaban con retraerse a pesar de los puestos alcanzados en el poder legislativo, los dominadores tuvieron que abrir espacios para algunos supuestos representantes genuinos de los intereses de las masas trabajadoras, en personajes como Kerensky, de los comités obreros de Petrogrado (hoy San Petersburgo). Ello sería, según ellos, “la prueba” de que ahora sí se gobernaría para el pueblo y en favor de sus intereses.
Pero el genio político de Lenin (Vladimir Ulíianov) desenmascaró la engañifa de que quería hacerse víctima a los pobres y las masas en general, lanzando y poniendo de relieve la justa consigna de la necesidad de “poner todo el poder en manos de los comités de obreros, campesinos y soldados pobres”.
Lenin se refería a la instauración de una verdadera democracia, no de forma sino de fondo; construyendo un Estado que estuviera en verdad en manos y al servicio de los pobres, que eran entonces, como ahora en todos los países capitalistas, la inmensa mayoría.
La idea era poner todo el aparato de poder, de dominación, en las manos de los trabajadores, lo que les permitiría, tal como sucedió, ser los auténticos gobernantes de ese inmenso país desde octubre de 1917, reconstruyendo su economía y todas las relaciones sociales.
Ello los catapultó, en pocos años, a la cabeza del desarrollo mundial durante un largo periodo, a tal punto que hasta el día de hoy podemos admirar todavía su reflejo. Hizo, pues, claridad meridiana a todo el mundo sobre la diferencia entre tipos de Estado y formas de gobierno.
Guardando toda proporción y circunstancias históricas, es fácil, a través del ejemplo expuesto, apreciar que los de la 4T, por más que ofrezcan a los pobres y vociferen en contrario, no son más que viles reformadores si se quiere y —suponiendo que obran de buena fe— liberales procapitalistas, que lo que buscan es curar de sus expresiones más acusadoras y evidentes al capitalismo.
El capitalismo es un sistema económico que se caracteriza por su naturaleza explotadora del trabajo ajeno para poder acumular la riqueza, en forma de capital, en unas cuantas manos, mientras todo el mundo restante se empobrece.
Por eso dan ayudas, pero no toman medidas redistributivas que acaben con la pobreza, cuando menos extrema. Por eso dan becas, pero no hacen una reforma fiscal progresiva.
Por eso ayudan al consumo con apoyos, pero no hacen que se creen empleos para todos los mexicanos. Por eso aumentan poquito el salario mínimo, pero no hacen que todos los salarios sean verdaderamente remuneradores para que todas las familias puedan solventar todas sus necesidades inmediatas.
Por eso siguen proponiendo algunas disque megaobras, pero no redistribuyen en verdad el gasto público de tal manera que se resuelvan las necesidades auténticas de la población.
Ese es el motivo y el fondo del actual, rabón, paquete económico que, como siempre, perjudicará a los más pobres, los cuales sólo saldrán de pobres cuando ganen para sí el poder político del país. Eso, creo yo, es lo que dice la historia.
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