MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El poder del Gobierno y el poder del pueblo

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Ahora que estamos por vivir una nueva transición sexenal del poder, conviene que recordemos que, como dice la Constitución:

“La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de este. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”.

Esto que dice la Constitución deja muy claro algo que quiero destacar y que es muy importante que todos los antorchistas y todos los mexicanos veamos.

El verdadero poder en México reside en el pueblo, pero para que sea efectivo debe estar organizado y consciente de su capacidad de transformación.

Entendemos por poder público el poder del Estado y todas sus instituciones, los famosos tres poderes: el Ejecutivo, que es la Presidencia de la república, los gobernadores, los presidentes municipales y todas sus estructuras, dependencias, recursos y personal; el Legislativo, que son los diputados y senadores, con todas sus atribuciones, asesores e instrumentos; y el Judicial, que es el conjunto de organismos encargados de administrar la justicia en México, con la Suprema Corte de Justicia de la Nación al frente, tribunales colegiados de circuito y juzgados de distrito.

Junto a los tres poderes, están los organismos autónomos, entre ellos, por ejemplo, la Fiscalía General de la República, que no es parte del Poder Judicial y, más bien, aunque es “autónoma”, depende del Ejecutivo y del Legislativo; y las empresas productivas paraestatales como Pemex y CFE.

Todo esto conforma un ejército de más de un millón y medio de personas, a las que hay que sumarles los casi 348 mil efectivos de las fuerzas armadas, que están bajo las órdenes del presidente y supervisión del Senado.

Los salarios de todo este aparato los pagamos los mexicanos con nuestros impuestos, sobre todo los más humildes, con lo mucho que producimos con nuestro trabajo y lo poco que nos toca en forma de salarios.

Este es el poder del Estado, y nadie debería minimizar el tremendo dominio que esta estructura rígida y centralizada puede ejercer sobre todos los mexicanos, razón por la cual los hombres más inteligentes de nuestra historia (y de todo el planeta) han estudiado para definir en forma de legislación los mecanismos para impedir que el Estado se convierta en un poder desmedido y opresor, en un monstruo al que Thomas Hobbes, en sus estudios acerca de la teoría del Estado, llamó Leviatán, en referencia al monstruo bíblico creado por Dios, el cual se rebela ensoberbecido por su poder, y previno a la humanidad acerca del control que el pueblo debe ejercer sobre el Estado para evitar que se convierta en opresor.

Pero el pueblo trabajador, sobre todo los antorchistas, debemos entender que el verdadero opresor, el verdadero poder detrás del Estado, es el de las clases económicamente poderosas, las cuales, con el juego democrático, aseguran el control del Estado y su uso para mantener y consolidar el sistema que a ellos sirve para extraer del trabajo de todos la riqueza que los convierten en las clases privilegiadas, en el verdadero poder detrás del Estado.

Estos dos poderes, el del Estado y el de las clases dominantes que lo controlan, son muy reales y sólo pueden ser desafiados y alcanzados por otro poder que debe ser no menos real y sí más poderoso.

Ese poder existe, y es, como lo dice la Constitución, el pueblo mismo: “Todo poder público dimana del pueblo”, quien “tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”, es decir, que tiene ese derecho siempre y no solamente cada tres o seis años, y que no puede renunciar a ese derecho; que ningún poder legislativo, por más mayoría absoluta que tenga en ambas cámaras ni por más que modifiquen la Constitución, no pueden y nunca podrán quitarles ese derecho a los mexicanos.

El verdadero poder, según la ley, es del pueblo, y es un poder tremendo del cual, por ejemplo, tenemos dos pruebas contundentes en las elecciones de 2018 y 2024, elecciones que son también, y esto es lo importante, muestra inconfundible de que tal poder es inocuo nada más votando, que, por oposición, será efectivo y capaz de generar resultados positivos para el mismo pueblo, solamente si este es todo el tiempo (no sólo en las elecciones) capaz de analizar resultados, sopesar alcances y proponerse nuevas y mejores medidas para hacer que el poder del Estado se sintonice con el poder del pueblo, que realmente se logren construir una nación más poderosa, pero también más justa y benévola con el pueblo trabajador.

El poder del pueblo (eso quiere decir “democracia”) dejará de ser una mentira cruel y un modo de los poderosos para mantenernos dormidos, solo cuando el poder del Estado esté bajo el poder del pueblo, y no bajo el de las clases ricas.

Todo esto no se va a lograr si ese gigante que es el pueblo no despierta y toma consciencia de que su verdadero poder (somos más de 100 millones de los 130 que forman nuestra nación) pero que ese número no es nada si no estamos organizados, si no creamos nuestras propias estructuras nacionales que nos conviertan en fuerza efectiva y ejecutora para hacer que nuestra número sirva para transformar al Estado en un aparato al servicio del pueblo y vigilarlo las 24 horas de los 365 días, para evitar que se rebele, se corrompa y se convierta en el Leviatán, en un poder en contra del pueblo.

Esto no se puede si el pueblo no se organiza, si no deja de creer que basta con votar, que con eso ya cumplimos nuestro deber civil, para dejar la responsabilidad en manos de los políticos que mienten, prometen y terminan incumpliendo y aprovechándose de nuestra buena fe.

Es momento, pues, de que el pueblo se organice, se haga efectiva y definitivamente del poder del Estado y lo transforme en un instrumento de su propio poder. Si no lo hacemos, vamos a seguir sufriendo no sólo pobreza, inseguridad y abandono, sino el desengaño y la traición de quienes dicen representar al pueblo, pero mienten, nos siguen usando, robando y abusando.

Sólo el pueblo puede salvar al pueblo y es momento de hacerlo realidad.

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