Iniciaron oficialmente las campañas políticas y como era de esperarse, prácticamente todos los candidatos, en su afán de conquistar el voto popular, dejan caer sobre los electores una cascada de frases bonitas y promesas de todo tipo, diciendo que las cosas con el siguiente Gobierno, que ellos representarán, serán mejor, y que sí harán efectivas sus promesas.
Semejante feria de falsos discursos y promesas, muchas de ellas imposibles de cumplir, confunden a buena parte del electorado, sobre todo a quienes no están debidamente informados de lo que acontece en el país.
Muchos candidatos mienten deliberadamente; es tan grande el afán que ponen en lograr el puesto al que aspiran, que cambian de estilo, de enfoque, el contenido de su discurso y hasta el modo de vestir, de acuerdo con la naturaleza del público que lo escucha.
No hay duda de que lo que menos les interesa es decir lo que piensan verdaderamente; lo que les urge es quedar bien con todo el mundo, no importa si para ello tienen que adular, mentir y prometer.
Además, en estos procesos abundan las descalificaciones entre políticos; aparecen los lados más oscuros de los personajes en cuestión, verdades y mentiras creadas ex profeso para atacar al contrincante, convirtiendo al proceso electoral, más que en una campaña de propuestas serias, necesarias y posibles, en prácticamente una guerra.
Partidos y políticos se han llenado de desprestigio y lodo, al grado tal que ninguno puede ganar solo las elecciones y para sortear esta dificultad, se han puesto de moda las famosas coaliciones: “Sigamos Haciendo Historia” y “Fuerza y Corazón por México”, una mezcolanza de ideologías que algunas, ya por su naturaleza, se antojan irreconciliables; pero ese es el “tutifruti” político que se oferta a los mexicanos.
Ante tan desafortunados acontecimientos, ¿qué hace el pueblo de México? ¿Está debidamente informado sobre la trascendencia de las elecciones? ¿Conoce los alcances que representará el triunfo de una u otra coalición?
No olvidemos tomar ejemplo de lo que acontece en varios países latinoamericanos donde recientemente han elegido autoridades que hoy se vuelven en contra del ya de por sí lastimado pueblo, como es el caso de Argentina con el arribo como jefe de estado de Javier Milei, y que hoy sufren las consecuencias de ello.
Está debidamente informado sobre la trascendencia de las elecciones? ¿Conoce los alcances que representará el triunfo de una u otra coalición?
Los mexicanos debemos saber que, según el Instituto Nacional Electoral (INE), el próximo 2 de junio de 2024 se llevará a cabo la elección más grande de la historia de México. En ella 98.9 millones de ciudadanos podrán acudir a las urnas para emitir sus votos y elegir a 20 mil 708 cargos tanto a nivel federal como local, entre ellos el de presidenta o presidente de la república, quien encabezará los destinos de nuestro país los próximos seis años.
Se renovará el Senado de la República: 128 senadurías, 64 de mayoría relativa, 32 de primera minoría, 32 representación proporcional y la Cámara de Diputados: 500 diputaciones federales, 300 por mayoría relativa y 200 por representación proporcional.
Si bien en las 32 entidades de la república mexicana se realizarán elecciones, solamente en la Ciudad de México, Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán, se elegirá un nuevo gobernador o gobernadora.
De igual forma, en 31 entidades federativas se elegirán las cámaras locales, así como ayuntamientos y dieciséis alcaldías de la Ciudad de México; a esto sólo escapa el estado de Coahuila.
Si ya de por sí son muchos los cargos que se renovarán, quienes aspiran a ellos, en varios casos se multiplican por tres, cuatro o más candidatos (cerca de 100 mil). Esos, con los que nos encontramos hasta en la sopa, lisonjean y prometen, a fin de buscar convencer a los incautos que voten por ellos.
Pero esos falsos discursos son verdaderos cantos de sirenas; esos seres mitológicos que eran la perdición y la muerte de los marineros que las escuchaban, según La Odisea, célebre epopeya escrita por Homero, poeta de la antigüedad.
Por eso, es hora de que el pueblo trabajador no espere que el remedio a sus males y carencias venga de arriba, de manos de algún un poderoso, como por arte de magia. Es hora de que los mexicanos maduremos en el terreno político y dejemos de pensar en que los gobernantes acabarán, por humanidad y compromiso, con la pobreza y la desigualdad en la que vivimos.
Llegó la hora de que desconfiemos de cualquier candidato, sea del partido que sea, cuyo discurso esté confeccionado a base de promesas exageradas de bienestar, riqueza y felicidad que nos llegarán de la noche a la mañana sin ningún esfuerzo ni sacrificio de nuestra parte o con solo votar por el candidato que mejor sepa hacer demagogia.
Hay que saber que el mejor candidato será aquel que prometa poner a trabajar al país, llevarlo por una ruta de esfuerzo, de disciplina laboral, productividad y competitividad; con suficiente número de empleos y mejor pagados, que se comprometa a impulsar una reforma fiscal progresiva y reoriente el gasto social que se beneficien a las clases trabajadoras materializado en obras y servicios para un bienestar y desarrollo más equitativo.
Ese candidato debe decir con franqueza cómo se atenderá la educación, la salud, vivienda, atención del campo, la cultura, el deporte, etcétera y además, prometa respeto irrestricto a los derechos de organización, petición y manifestación de todos los ciudadanos, pues eso asegurará una mejor distribución de la riqueza.
Pero si este tipo de candidatos no existen, es hora también de que el pueblo mexicano levante la cabeza y forme a los propios, porque solamente quien conoce la pobreza, quien se conduele del dolor y las privaciones que padecen millones de mexicanos, hará posible que mujeres y hombres salidos del seno del pueblo, arraigados firmemente en él, impulsados y sostenidos por una organización auténticamente popular, hagan posible que las ferias de adulaciones, falsos discursos y promesas que pululan en estos tiempos electorales, terminen.
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