El medioevo se caracterizó por ser un época de extrema explotación de los siervos de la gleba por los señores feudales; fue una época también de escasa productividad, de nulo o poco avance económico, de un nivel de vida muy pobre para las grandes mayorías; fue una época bien conocida por su oscurantismo, por su poca afición a cultivar el uso de la razón y la investigación científica de los fenómenos de la naturaleza y la sociedad, de profunda religiosidad, de gigantesco poder de la Iglesia en la vida de las naciones, fue la época de la Santa Inquisición. El refuerzo que necesitaba para sostenerse el modo de producción imperante lo encontró en la filosofía escolástica, puntal ideológico de la sociedad feudal.
Entre los siglos VII y XV, en Europa occidental, la filosofía tuvo una corriente dominante, la Escolástica, enseñada en las escuelas de la época. Esta filosofía estaba uncida a la Iglesia Católica, que la consideraba la “servidora de la teología”: pretendía encontrar algunas aplicaciones de los dogmas generales de ésta, demostrar lo acertado de los planteamientos bíblicos, defender al régimen feudal y justificar su existencia, así como normar la moral de los individuos; sin embargo, para todo esto no estudiaba la naturaleza ni el mundo todo; en vez de obtener sus conclusiones de un análisis concienzudo de la realidad y ver el conocimiento como un resultado de un esfuerzo teórico-práctico previo, tenía la osadía de partir de los dogmas eclesiásticos y adaptaban toda su teoría a dichos dogmas; las conclusiones ya estaban hechas y no necesitaban más que dotarlas de un cuerpo teórico. El máximo exponente de esta corriente filosófica fue Tomás de Aquino, que vivió en el siglo XIII y que llevó a su punto más alto la enseñanza escolástica. Juzgue usted los grandes servicios que prestó a la Iglesia este hombre, que más tarde fue canonizado y aún hoy se le celebra como Santo Tomás de Aquino. En cambio, Galileo, genial científico renacentista, que sostuvo la teoría heliocéntrica en oposición al dogma geocéntrico defendido por el clero, en una dura lucha que sostuvo durante años contra la Inquisición, finalmente “sucumbió”, al ser condenado en el año de 1633 a prisión domiciliaria de por vida, después de ser obligado a abjurar de su teoría.
Desde el siglo XV con el Renacimiento, se rompe con siglos de estancamiento de las artes, ciencias, economía y sociedad en su conjunto. Pero el escolasticismo no ha muerto, cada vez que los poderosos del mundo requieren este tipo de filosofía, la sacan del baúl de los trastos viejos. Nuevas e ingeniosas logomaquias y un poder mediático espantoso, son sus principales armas para defender dogmas que convienen a sus intereses de conservación del statu quo, favorable a ellos. Se defiende, por ejemplo, la superioridad de la democracia occidental, pero a estas alturas no se ve en qué es superior, no se repara por sus panegiristas en los datos de pobreza y concentración de riqueza en poquísimas manos que frecuentemente la OXFAM nos recuerda. Se ha llegado al extremo de que incluso cuando la democracia occidental se practica pero el resultado no conviene a los intereses del imperialismo norteamericano, se dice: “el resultado en las urnas es inequitativo, debe haber nuevas elecciones” o “el presidente así electo es ilegítimo -¡sí, por absurdo que parezca, “ilegítimo” se llama al ganador bajo las reglas del “juego democrático”- y sale a autoproclamarse “presidente encargado” –interino, legítimo, o hasta iluminado tal vez terminen por llamarlo– un abyecto servidor del poder mundial. Se dice también, por ejemplo, “hay crisis humanitaria, corramos a ayudar” –léase Invadir– pero no se voltea a ver a muchos países, solo a los que conviene a aquel. No se obedece al raciocinio para llevar las ayudas “humanitarias” sino al más puro y descarado interés económico de las potencias. Es teóricamente absurda la postura de los demócratas occidentales, y, sin embargo, la mayor parte de los pueblos aún no aprende a detectar el engaño vil. Escolasticismo puro.
¿Y en México? Basta con recordar las medidas más absurdas que ha tomado el gobierno actual para catalogar los principios que los rigen: cierre de o cancelación de varios programas que satisfacían algunas necesidades puesto que estaban colmados de corrupción; sin embargo, nunca se demostró la generalización del problema, ni se presentaron datos, solo se impuso el dogma y se canceló de manera irracional el programa. Se ataca también a las organizaciones de intermediarias, sin demostrar la existencia real del problema, sin decir cuándo, dónde y a cuántas se les entregó, incluso se llega al absurdo de oficializar el desconocimiento de las mismas y a prohibir a todos los funcionarios el trato con organizaciones. Se dice que vamos bien en seguridad en medio del sexenio más violento de la historia. El comportamiento del gobierno no lo está dictando la razón, ni el análisis de la realidad objetiva, sino solo su interés por afianzarse en el poder, mediante el uso y abuso de programas demagógicos y demagogia pura, sin programas. El movimiento que se autocalifica como renovador de la vida pública se aparece, juzgado por la historia, como un movimiento rebasado y desechado por la práctica social. Nada nuevo, como no sean los peligros de la fuerza queriendo encerrarnos en el pasado, negando el futuro, hay en la 4T.
La escolástica es una filosofía que permite el abuso, la perpetuación de lo viejo, aunque esto sea desfavorable a las mayorías. Por eso el imperialismo y sus aprendices lo usan para perpetuarse en el poder. Y así como el Renacimiento vino a desplazar al oscurantismo de la Edad Media, hoy en el mundo van creándose las condiciones, por el agotamiento evidente del modelo económico imperante, incapaz de ofrecer ya nada a las grandes mayorías, para enterrar de una vez y para siempre, los lastres de la consciencia y de la vida humana en su conjunto. El pensamiento escolástico no es superior al pensamiento científico de quienes quieren el progreso humano; este, habrá de avanzar.
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