México es un país donde la mayoría de los jóvenes no se interesan por la política, es la conclusión de una reciente encuesta publicada en el periódico El Universal. A juzgar por el escaso porcentaje que en ese mismo estudio se declara devoto de las iglesias, desde las milenarias hasta las contemporáneas, a los muchachos mexicanos tampoco les importan las cosas ultraterrenas. ¿En qué confían, entonces?, en su entorno más cercano, en su familia y su escuela.
¿Dónde emplean los jóvenes el tiempo y la energía propia de su edad? ¿En la actividad física? No lo creo. En ese terreno hay otra alarma encendida, la inmensa mayoría de los mexicanos, no sólo los jóvenes, no hacemos ejercicio permanente, y la causa de enfermedades metabólicas, cardiovasculares y psiquiátricas ya es una terrible realidad.
Entonces, ¿en dónde está el alma y el cuerpo de los jóvenes mexicanos, durante el tiempo que les deja libre el estudio y el trabajo, o durante la totalidad del día, en el caso de los que no estudian ni trabajan? La serie de mediciones que hace más de 15 años arrancó la Asociación Mexicana de Internet A.C. arroja algunas pistas. Según sus estudios, el grupo de usuarios de Internet pasó de 10 millones en el año 2002 a 65 millones en el 2016, se forma mayoritariamente de jóvenes y un 13 por ciento son niños. Pero el dato más elocuente es el número de horas que en promedio se conecta cada usuario, que pasó de menos de dos horas, calculado en 2003, a más de 7 en el 2016. Literalmente, la mitad de la población mexicana, entre la que está su parte más vital, está enchufada todo el día al internet, el 77% lo hace a través de los teléfonos celulares mal llamados inteligentes. Entre los encuestados, la inmensa mayoría, el 74%, reconoce que el uso de internet ha cambiado sus hábitos. Y es verdad: casi 8 de cada 10 usuarios dedica muchas horas del día a revisar las redes sociales, entre las cuales hay tres ampliamente preferidas por los mexicanos: Facebook, WhatsApp y YouTube, preferidas por el 92, 79 y 66 por ciento de los usuarios, respectivamente. Eso explica el desinterés casi por cualquier cosa que no esté en esas redes, y que haya cuentas de YouTube, con 14 millones de suscriptores, en donde millones aprenden, por ejemplo, el vital arte del maquillaje.
En contrapartida, el rechazo a la política incluye no pertenecer a un grupo, organizado o no, y no aceptar ser influido e influir en él, algo verdaderamente imposible de evitar, pues en la medida en que no se participe en la toma de decisiones, se forma parte de quienes aceptan pasivamente a los actuales detentadores del poder, aunque no sea eso lo que se desee. Desde izquierda y derecha, los defensores del que llamaron pomposamente "ideal democrático", lo presentaron como remedio para los males del país, sostuvieron que los dolores del pueblo se curaban con garantizar que se respetara el voto ciudadano, y se han gastado miles de millones de pesos en promover y organizar elecciones. Pero la ausencia de cambios favorables en el nivel de vida de millones de mexicanos, a pesar de esa "nueva era democrática", provoca que nadie vea las bondades de un método que consiste esencialmente en venderle cíclicamente a los electores la ilusión de que unos pocos hombres podrán enderezar a la patria, sumado al hecho de que abundan los datos que indican que sólo ha llevado a la formación de nuevas élites del poder y del dinero, ahora con etiqueta democrática. Un modelo que el único papel que le asigna al pueblo es votar cada cierto tiempo por una baraja formada por algunos candidatos y que sataniza con el poder descomunal de los grandes medios, y también del poder judicial, a quienes recurren a la manifestación y a la protesta para exigir que los que acceden al poder cumplan su obligación de dar seguridad y mejorar el nivel de vida de la población, ha provocado rechazo, hartazgo y apatía entre los jóvenes, y no solamente entre ellos. Pero eso no basta para cambiarlo por uno superior; al contrario, mientras esa inconformidad no se manifieste socialmente en una fuerza enérgica y organizada, que proponga un modelo alternativo de participación política y conducción económica, como el que proponemos los antorchistas, las cosas seguirán empeorando: No lo permitamos, porque, como dijo Federico García Lorca: "¿Si la esperanza se apaga y la Babel se comienza, qué antorcha iluminará los caminos en la Tierra?"
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