Cada primero de mayo, las calles de México se llenan de consignas y banderas en conmemoración del Día del Trabajo. Sin embargo, detrás de este ritual anual se esconde una realidad cruda y persistente: la explotación de la clase trabajadora no solo continúa, sino que se ha sofisticado bajo el discurso de progreso y transformación.
La realidad revela un panorama desolador, donde las promesas de la llamada “Cuarta Transformación” (4T) han quedado en papel mojado, mientras los trabajadores siguen pagando el precio de un sistema que los invisibiliza y oprime.
La historia ha demostrado que la lucha obrera puede fracturar el orden establecido, como lo hizo la Comuna de París en 1871 o las movilizaciones que dieron origen al primero de mayo.
La crudeza de la situación del proletariado mexicano: obreros que ensamblan automóviles para mercados extranjeros mientras sus hijos carecen de acceso a la salud; campesinos que cosechan bajo el sol abrasador sólo para ver sus ganancias robadas por intermediarios; y un salario mínimo que, a 248 pesos diarios, condena a millones a la pobreza. Estas no son excepciones, sino la norma en un país donde el 56 % de los trabajadores labora en la informalidad, sin contratos ni prestaciones, y donde el 45.4 % de la población vive en pobreza laboral.
La burguesía, dueña de los medios de producción, acumula riquezas obscenas; Grupo México, por ejemplo, reportó utilidades de 4 mil 200 millones de dólares en 2023, mientras sus trabajadores inhalaban polvo tóxico en minas inseguras. Este contraste no es casual: es el resultado de un sistema diseñado para transferir la riqueza generada por los trabajadores hacia unos pocos bolsillos.
Las instituciones que deberían proteger a los trabajadores se han convertido en cómplices de su explotación; los sindicatos, en teoría defensores de los derechos laborales, están plagados de “charros” que coluden con los patrones para sofocar huelgas y firmar “contratos de protección” que anulan conquistas históricas.
Los partidos políticos, por su parte, bailan al ritmo de los intereses corporativos, dejando a los trabajadores sin representación real. Las reformas laborales prometidas por la 4T, como las enmiendas constitucionales de 2019, yacen en el limbo de la burocracia, mientras la precarización avanza.
Frente a este escenario, sólo queda una salida clara: la organización colectiva. La historia ha demostrado que la lucha obrera puede fracturar el orden establecido, como lo hizo la Comuna de París en 1871 o las movilizaciones que dieron origen al primero de mayo.
Hoy, sin embargo, el sistema ha logrado minar esta capacidad de resistencia mediante la represión, la cooptación de líderes y la precarización extrema que deja a los trabajadores sin tiempo ni energía para politizarse.
Pero la resistencia no está muerta. Como señalaron Marx y Engels, el proletariado no es solo el combustible del capital, sino la arquitecta de la riqueza social.
La clave está en forjar un nuevo vehículo político, libre de las ataduras oligárquicas, que pueda aglutinar a obreros, campesinos y otros sectores explotados. Un partido que emule la democracia radical de la Comuna de París, donde los consejos obreros redacten leyes y las huelgas se transformen en asambleas generales.
Pero el camino no será fácil: la burguesía no cederá el poder sin violencia, aunque las crisis del capitalismo, cada vez más profundas, también abren oportunidades. La solidaridad entre trabajadores, la purga de sindicatos corruptos y la creación de un frente nacional son pasos urgentes. El primero de mayo no debe ser solo un desfile vacío, sino un llamado a la insurgencia.
La consigna de Marx y Engels, “¡Proletarios de todos los países, uníos!”, sigue vigente. En un mundo donde la fuerza laboral es más numerosa que nunca, pero también más explotada, la organización es la única salida. Los trabajadores mexicanos no tienen nada que perder, excepto sus cadenas. Y como bien lo sabemos: la lucha es eterna, pero la esperanza también.
Marx y Engels escribieron que el proletariado no sólo es la clase explotada, sino la única fuerza capaz de transformar el sistema. Para lograrlo, debe romper con la resignación, recuperar su conciencia de clase y organizarse fuera de las estructuras que hoy la domestican. La solidaridad, la formación política y la acción directa (huelgas, asambleas, protestas masivas) son herramientas indispensables en este camino.
La lucha no es una opción, es una necesidad histórica. Los trabajadores mexicanos, como los de todo el mundo, tienen ante sí una disyuntiva: seguir siendo engranajes reemplazables de una máquina que los desangra o unirse para tomar en sus manos el control de su destino.
Tan perfectamente lo resume el grito que sigue resonando después de más de un siglo: ¡Proletarios de todos los países, uníos! Solo así se podrán romper sus cadenas y construir un futuro donde el trabajo no sea sinónimo de miseria, sino de dignidad y libertad.
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