MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La Revolución de Octubre no fue un accidente

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La historia del siglo XX en general y de las revoluciones en particular son objetos de estudio trascendentales y de vital importancia si se pretende conocer el mundo en el que se vive. Al paso de los años comprendidos de 1900 al 2000, la historia de la lucha de clases manifestó múltiples síntesis, producidas por las respectivas contradicciones situadas y generadas en el seno de las sociedades y pueblos del mundo, acumuladas y desarrolladas a través del tiempo. La Revolución mexicana (1910), la Revolución de Octubre (1917), la Revolución china (1949) y la Revolución cubana (1959) convulsionaron el orbe y cada una de ellas contribuyó a marcar hitos irreversibles para el desarrollo de la historia humana.

La Revolución de Octubre es un acontecimiento único entre los de su tipo, pues significó desde el paradigma hasta su concreción, una irrupción, un cambio fundamental en las formas —conocidas hasta ese momento— de organización social, vigente hasta nuestros días.

La Revolución de Octubre es un acontecimiento único entre los de su tipo, pues significó desde el paradigma hasta su concreción, una irrupción, un cambio fundamental en las formas de organización social, vigente hasta nuestros días.

El asalto al Palacio de Invierno fue concebido y consolidado en la práctica por la guía y la adaptación a las condiciones rusas de la teoría marxista. Entre todos los hombres y mujeres que contribuyeron a su desarrollo, se debe destacar la de Vladimir Ilich Ulianov “Lenin” (1870 – 1924) quien, de manera sublime y loable, Pablo Neruda describiese como el hombre que “vio más lejos que nadie”.

La lucha revolucionaria que Lenin encabezó, naturalmente, por su magnitud y relevancia, estuvo repleta de vicisitudes e inclemencias, incluso de discrepancias de diverso tipo, aún de clase y de manera sobrada del tipo teórico al interior de su partido. Interesa particularmente en este espacio la del tipo coyuntural y teórico en torno a la viabilidad de una revolución socialista en un país atrasado económicamente como la Rusia de principios del siglo XX, discutido años anteriores a “los días que estremecieron el mundo”.

Rusia era por aquel entonces una nación subdesarrollada y situada en un devenir histórico, en la transición del orden social feudal hacia la del tipo capitalista. El propio Lenin, en el prólogo a El desarrollo del capitalismo en Rusia (1899), escrito con motivo de refutar a los Populistas Rusos y esclarecer las condiciones en las cuales se encontraba el país, menciona que, si bien eran limitadas y complejas, era posible plantear y llevar a cabo un proyecto del tipo socialista dado que las relaciones de propiedad privada y de la compra y venta de fuerza de trabajo por concepto de salario, elementos característicos del orden económico capitalista, ya estaban en gestación. “Sobre la base económica concreta de la revolución rusa, son objetivamente posibles dos caminos fundamentales de su desarrollo y desenlace: O bien la antigua economía terrateniente ligada por millares de lazos con el derecho de servidumbre, se conserva, transformándose lentamente en una economía puramente capitalista, de tipo Junker (Denominación prusiana para los grandes propietarios agrarios) (…) O bien la revolución rompe la antigua economía terrateniente, destruyendo los restos de la servidumbre y, ante todo, la gran propiedad terrateniente.

En este caso, la base del tránsito definitivo del sistema de pago en trabajo al capitalismo es el libre desarrollo de la pequeña hacienda campesina, que recibe un enorme impulso gracias a la expropiación de las tierras de los terratenientes a favor de los campesinos; y todo el régimen agrario se transforma en capitalista, puesto que la diferenciación del campesinado se realiza con tanta mayor rapidez, cuanto más radicalmente son eliminados los vestigios de la servidumbre” (p.15 - 16).

Las condiciones económicas descritas por Lenin perduraron por varios años más, cuando menos en lo fundamental. Años más tarde, con el inicio de la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918), la situación internacional propició cambios apreciables en las dinámicas sociales al interior de Rusia, ya que aceleró las contradicciones descritas con anterioridad. Sin embargo, el país eslavo aún no había desarrollado las condiciones económicas que los marxistas más ortodoxos consideraban como necesarias para que Rusia transitase hacia el socialismo. 

La cuestión era, en términos resumidos: ¿Es históricamente posible llegar a una sociedad superior, de alto desarrollo tecnológico como la socialista sin previamente beneficiarse y haber superado el orden social capitalista? 

Entre estos preconizadores de la inviabilidad, se encontraban Gueorgui Plejánov, Nikolái Sukhanov y Karl Kautsky, quien dijese por ejemplo en La dictadura del proletariado (1918) que el proyecto de Lenin y sus más acérrimos compañeros no era más que “un grandioso intento de despejar a pasos agigantados o eliminar por medio de promulgaciones legales los obstáculos que ofrecen las sucesivas fases del desarrollo normal” de la historia.

Por el contrario, la Revolución de Octubre no fue como la lectura de Kautsky sugiriese, es decir, un intento de lucha voluntarista e irresponsable en la vorágine del desarrollo histórico, sino la concepción clara y premeditada de un proyecto y sus métodos de aplicación.

Lenin identificó las tendencias negativas ocasionadas por fenómenos económicos como la contradicción entre la socialización de la producción y el carácter cada vez más privado de la riqueza, que, en lo fundamental, propició el desarrollo y la ramificación del capital en productivo, comercial y bancario, dando origen al oligopolio y el monopolio.

Esos mismos fenómenos fueron parte del estudio de Lenin, quien develaría en Imperialismo, fase superior del capitalismo, publicado en abril de 1917, la última prueba de la viabilidad coyuntural de la revolución.

Lenin sabía que esos fenómenos económicos e históricos eran la antesala de un cambio abrupto, detonantes para llevar a cabo una revolución, y los trabajadores debían ser sus protagonistas. La Primera Guerra Mundial no fue sino una pugna entre potencias imperiales; la clase dominante de Rusia, al ser partícipe, no pudo reprimir más en cantidad y en calidad la inconformidad de la clase trabajadora. Así pues, la batalla entre potencias debilitó a las potencias mismas, agudizó las contradicciones de clase y al interior de las naciones en guerra, siendo Rusia el eslabón más débil de estos, el escenario donde existieron condiciones de que “el socialismo triunfe (…), incluso en un solo país de manera aislada”. (V. I. Lenin, La consigna de los Estados Unidos de Europa, 1915)

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