MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La verdadera causa de la carestía y su solución

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En una colaboración anterior, ofrecí dar esta ojeada a la carestía o inflación, que sigue siendo un misterio o la mezcla de varias supersticiones para la gran mayoría. La explicación existe desde hace mucho, pero a los que tienen el poder económico, beneficiarios del modo de producción capitalista, no les conviene que el pueblo trabajador la entienda, pues tienen un miedo terrible, y justificado, de que eso sea causa de inconformidades que terminarían con el resquebrajamiento de todo su modelo económico.

Sobra decir que una explicación detallada y suficiente requiere más espacio, pero el lector interesado siempre podrá acudir a las fuentes para profundizar y satisfacer su inquietud que yo aspiro ayudar a despertar. Aun así, el amable lector disculpará que primero explique cómo se determinan los precios.

La teoría económica capitalista, dedicada a justificar y dar vida al modelo, ofrece explicaciones parciales, siempre desde la perspectiva del funcionamiento de su modelo, el cual presentan como eterno, fuera del cual nada puede existir. Todas esas explicaciones ocultan o deforman la esencia del problema. Pero los genios más grandes del pensamiento y los más comprometidos con la causa de la humanidad, Karl Heinrich Marx y Friedrich Engels desmenuzaron las entrañas del capital desnudando la falsedad de esas teorías y la hipocresía de sus testaferros, dando a los hombres todos, y en particular al pueblo trabajador, el arma más poderosa para defenderse: la verdad, la teoría científica que les permite entender el comportamiento de la sociedad, el origen de los males que aquejan a la humanidad y su solución; por eso los poderosos los odian y calumnian.

Marx demostró que el precio de las mercancías no es sino el valor de estas expresado en dinero. El dinero es solamente un representante aceptado por la sociedad, y validado por los gobiernos nacionales, para representar a otra mercancía que también tiene valor, y, por ello, puede equipararse con todas las demás mercancías, en su calidad de valores, para poder realizar el intercambio, como un equivalente universal: el oro.

El valor de una mercancía, a su vez, no es sino la cantidad de trabajo socialmente necesario para su elaboración (es decir, el tiempo promedio tomando en cuenta a todos los productores de esa misma mercancía). El análisis debe partir del supuesto de que los capitalistas venden su mercancía, en efecto, por su verdadero valor. Es decir que, aunque a veces sucede la especulación, el engaño, la sobrevaloración y algunos comerciantes logran engañar a los compradores vendiendo la mercancía a sobreprecio, engaño que no puede durar mucho tiempo, eso es una distorsión, que para el análisis se debe desechar, y partir de que el sistema de intercambio, en verdad, intercambia valores equivalentes. 

Partimos, pues, de que el precio expresa el verdadero valor de la mercancía. Su valor será entonces la cantidad de trabajo social que representa la masa total de mercancías elaboradas por los obreros en una jornada de trabajo, dividido entre el número de unidades producidas. Para su producción se necesitó medios de producción (herramientas, locales, energía) y materias primas que compra el empresario, lo que Marx denominó el capital constante, el valor de estos se transfiere directamente al valor de la nueva mercancía; y finalmente se requiere la fuerza de trabajo del obrero, que también compra el empresario para transformar las primeras en la nueva mercancía. El valor del trabajo es igual a todo lo que éste generó como nuevo valor, es decir, el valor de las mercancías finales menos el valor del capital constante; la diferencia es el valor creado por el trabajo. Pero el patrón no le paga al obrero su trabajo, le paga el valor de su fuerza de trabajo, (sí, la fuerza de trabajo también es una mercancía) que es el equivalente al valor de los medios de vida que requiere para recuperar la fuerza de trabajo que gastó en la jornada y sobrevivir él y su familia, valor que es inferior al que generó su trabajo en esa misma jornada. 

Esta diferencia entre el valor creado por trabajo y el valor de la fuerza de trabajo es la ganancia y se la apropia el patrón bajo el argumento de que es él el dueño de todo y, por lo tanto, del producto final también.

Entonces, el modo en que el capitalista puede hacer crecer sus ganancias y hacer que su empresa genere dinero; es decir, que sea rentable) y valga la pena emprenderla (si no es rentable ni siquiera la va a iniciar) es asegurar que esta diferencia sea cada vez mayor y no hay ninguna otra cosa que le interese. Al iniciar el capitalismo, sin haber control de nadie ni haberse iniciado la lucha de los obreros por la defensa de sus derechos, simplemente se les pagaba menos de lo que es el valor de su fuerza de trabajo y se extendía la jornada, ¡hasta 18 horas!, de modo que la ganancia creciera.

El trabajo de mujeres y niños, pues a ellos se les pagaba menos, desplazó al de los hombres, que no encontraron trabajo y se quedaron en casa remendar las medias, mientras la mujer y los hijos iban a trabajar, exhaustos y sin modo de estudiar o realizarse; jornadas criminales, explotación sin coto ni recato, salarios de hambre condiciones de trabajo inhumanas (para ahorrar capital constante), enfermedad, hambre, degradación de sus condiciones sociales y hasta genéticas, abusos y muerte. Por eso y otras cosas aún más terribles, Marx dijo que “el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, de la cabeza hasta los pies”. 

La lucha de la clase trabajador, que se abrió paso a traspiés y altibajos, puso coto a algunas de esas injusticias, de manera que el patrón, contra su voluntad, ha tenido que contenerse (y lo hace solamente mientras la lucha de los obreros lo mantenga a raya) y tuvo que buscar otros modos de hacer crecer la ganancia, la cual siempre va a depender de hacer mayor la diferencia entre el salario del obrero y el valor de las mercancías creadas por él en la jornada, por otras vías, siempre pensando (y haciendo lo que sea) en hacerla crecer. 

Por eso la falsa economía capitalista, convertida en fiel servidor del capital, puesta a los pies y disposición de esa ganancia, tiene como tarea única garantizar que cada proyecto productivo, que cada empresa, sea rentable, que genere utilidades para quienes aportan el capital, sin importar que para eso se tenga que engañar al consumidor, dañar al medio ambiente, socavar la soberanía nacional, violar las leyes, explotar de manera inhumana el trabajo asalariado, provocar el hambre de millones de seres humanos y todo lo que usted pueda imaginarse como inconcebible; no importa, lo importante es la ganancia, y nada más. Si esto no es así, simplemente no se emprende la empresa, o se deja pudrir el fruto en el campo sin cosechar, o se tira el producto al drenaje, o se aherrumbran las mercancías en las bodegas, antes que venderlas al público sin que generen esa ganancia. 

De todos modos, como dije al principio, el capitalismo funciona aun intercambiando valores equivalentes, es decir sin engaños ni transas en los precios de las mercancías, y logra de todos modos explotar el trabajo asalariado y enriquecer al capitalista. Por ello debemos explorar un poco más a detalle en qué circunstancias el precio, es decir, el valor de las mercancías expresado en dinero se incrementa o disminuye. Eso será en la próxima colaboración.

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