Nuestros hermanos que emigran a EE.UU.lo hacen, en su inmensa mayoría, porque aquí no encuentran las condiciones para trabajar y brindar una vida digna a sus familias.México falla en ésta su obligación fundamental, dejando que cada uno busque la alternativa.Por eso muchos escogen el difícil camino del exilio voluntario y arrostran todos los peligros que conlleva.La realidad es que, como dijo Lenin, el gran constructor de la URSS, votan con los pies en contra de una patria que no les da cobijo.Quedarse aquí es carecer de todo.
Nuestros gobiernos, como siempre, lejos de reconocer la responsabilidad que les compete en esta tragedia, que siempre deja familias desgarradas, han hecho de ese sufragio un mérito de los emigrados.En lugar de avergonzarse, como lo haría cualquiera que piense un poco, y poner manos a la obra para que nadie más tenga que abandonar la patria, le dan por el lado de elogiar a los emigrados por el sacrificio y el esfuerzo que hacen en su trabajo, y el envío de divisas a sus familias.Claro que son merecedores de reconocimiento, aparte de los riesgos que corren al ingresar, allá se ven obligados a vivir cuasi prisioneros en sus domicilios y sus trabajos, pues la inmensa mayoría nunca logra regularizar su situación migratoria.Estamos de acuerdo en los aplausos, pero mucho mejor sería que se quedaran a engrandecer la tierra que los vio nacer.
Los gobernantes ven solo lo positivo para ellos, que los emigrados dejan de ser brazos que reclaman fuentes de empleo y se convierten en aportadores de recursos para la economía nacional.Fijan la atención en la parte que les conviene, la cantidad siempre creciente de las remesas que recibe el país.Remesas que, visto en lo particular, ayudan a las familias para solventar sus gastos, pagar sus estudios, construir sus viviendas, y en lo general, al fortalecer el mercado interno imprimen dinamismo a nuestra alicaída economía.
Sin embargo, nunca se pone de relieve, la contribución multiplicada del trabajo de los mexicanos, para robustecer la economía norteamericana.Algunos investigadores serios señalan que son 20 dólares los que se quedan allá, por cada dólar enviado a México.Lo cual es fácil de entender, porque dado el atraso tecnológico de nuestros productores en todas las ramas de la producción, el peón que gana aquí un poco más del salario mínimo trabajando casi con las manos, una vez que se le dota de paquetes tecnológicos y equipos, se torna altamente productivo en su labor; no es de gratis que le paguen como mínimo diez o doce dólares por hora, y en un día reciba dos mil pesos o más de salario.Así le pagan porque la parte que se embolsan es muchísimo mayor.
La poderosa economía norteamericana recibe importantes inyecciones de vigor con el trabajo de los emigrados mexicanos, por varias razones, entre las que destacan, de un lado la laboriosidad y creatividad de nuestros paisanos que se las ingenian para dar mejores resultados a menor costo y, del otro, en su calidad de residentes ilegales ahorran ingentes sumas de dólares tanto a sus empleadores como a la misma administración pública que, tomando ese pretexto, restringen bastante los servicios públicos que les proporcionan.Es enorme la cantidad de riqueza que los mexicanos prácticamente le regalamos a los imperialistas norteamericanos.
Si a lo anterior le sumamos las colosales riquezas naturales existentes en los más de dos millones de kilómetros cuadrados de patria arrancados por la ambición yanqui en 1848.Las mundialmente conocidas minas de oro de California, las preciadas riquezas del subsuelo texano con grandes yacimientos de petróleo y gas natural, son una muestra de lo que nos robaron.Todo empezó en 1845, cuando el Congreso de Estados Unidos se anexó el estado de Texas en un descarado acto de expansionismo, primer paso del arrebato de más de medio territorio a México, que iniciaron en defensa de los intereses de los terratenientes algodoneros y de mantener esclavos en su territorio.En junio de 1846 el gobierno yanqui emprendió la guerra que desembocó en el tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848, con el despojo de California, Arizona, Nevada, Utah, Nuevo México y Colorado.Ni más ni menos que el estreno de los abusos norteamericanos contra las naciones débiles del mundo.
El resultado de la suma de los dos fenómenos es la multiplicación astronómica de la riqueza norteamericana, gracias a la contribución de México y los emigrados, y el consiguiente reforzamiento de las cadenas con que el imperio tiene dominada a nuestra patria.La conjunción de los procesos provoca que los gobiernos norteamericanos sean cada vez más ricos, prepotentes y abusivos, mientras los nuestros siempre lamiendo las correas que nos uncen.
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