Un domingo de éstos, con motivo de la enfermedad de un amigo, estuve en un hospital público y quiero compartir con mis posibles y escasos lectores las cosas que vi, pues, a mi parecer, reflejan la situación nacional del sistema de salud destinado a las clases pobres.
Desde la "sala de urgencias" se ve ya la desorganización e insuficiencia que priva en el hospital en su conjunto: en un espacio de no más de 130 metros cuadrados hay ¡doscientas quince personas; pegado a la puerta donde dos guardias malencarados -acordes con el semblante de casi todo el personal- vigilan que nadie no autorizado entre, se encuentra un grupo mas asignado todavía, pendiente de la información que, seguramente con malos tratos, le puedan dar en cualquier momento por parte de una "trabajadora social". El ambiente es desolador: en este pequeño espacio se encuentra gente herida, con sangre coagulada por todos lados, a veces con recientes curaciones, que está pendiente de cualquier información de sus compañeros de infortunio; se encuentran muchos familiares y amigos de las personas enfermas, en evidente zozobra por no saber con exactitud la situación de sus familiares; sin saber si avanza favorablemente o empeora: no se permite que los familiares entren a ver a sus enfermos; sin importar la gravedad de la situación sólo se permiten dos visitas con una duración de diez minutos cada una -transcurrido este tiempo, alguien tendrá buen cuidado de manifestárselo al visitante, al tiempo que le urge a abandonar el lugar- además no se permite "cambio de familiar", es decir, el que entra a ver al enfermo es el único que lo puede hacer durante los diez minutos y nadie más. El trato del personal administrativo es francamente inhumano. Se ha vuelto experto en ukases, no acepta discusión sobre nada, no permite hablar con médicos, no da ninguna información si no es la hora de visitas, rechaza cualquier petición de visita familiar si no es en la hora establecida. Esto ocasiona un cuadro de personas nerviosas o de plano deshechas en llanto ante la inquietud que los embarga a causa de tan duras respuestas.
Pero si nos desplazamos al área de los convalecientes, se ven escenas francamente terroríficas. Cuando llegó la hora del anuncio de las visitas, ingresé a las profundidades del edificio. Apenas abrir la puerta del lugar donde se encuentran los pacientes, se me descompuso el rostro al encontrarme con un pasillo lleno de gente, una tras otra, ya en camillas, ya en simples e incómodas sillas metálicas; las heridas frescas aún, algunas sin siquiera haberse limpiado, fisonomías hinchadas, con enormes protuberancias y hematomas, ojos inyectados en sangre, gritos de dolor, o de algún desquiciado que no deja de molestar a medio mundo, enyesados, gente inmóvil en aparente reposo o inconsciente; en un pasillo de unos 40 metros de largo pude contar ¡37 pacientes!, logré escuchar que entre el personal médico comentaban: "hay gente muy molesta, está pelando porque no se le dio de comer durante el fin de semana, pero yo no tengo la culpa, ¿yo qué? Yo no estuve" le decía una mujer joven a alguien con apariencia de médico. Luego, cuando tocó el turno de que dieran información de mi amigo, una doctora que ya había dado informes a familiares de cinco pacientes más y que al parecer seguiría dando la información de otros 30 -la seguí con la mirada y hasta que la perdí seguía hablando con más y más familiares en la enorme fila de pacientes-, me dijo que aún no tenían un "estudio de la cabeza", lo cual supongo que era un electroencefalograma, o una tomografía, que era necesario para determinar qué procedía. Mi amigo llevaba ya casi 20 horas en servicios de "urgencias". Ante mi insistencia la doctora espetó: "mira a él -dijo, al tiempo que señalaba a un joven con el rostro visiblemente dañado y que, a lado de otros cinco, hombro rozando con hombro, usaba una silla en vez de camilla- tiene tres días que no se la ha podido hacer el mismo estudio; tenemos muchos pacientes" concluyó. Mi azoro fue más ante tal respuesta y comprendí lo inútil de mi insistencia; me dijo que esperara a la tarde, que ya tendrían el estudio faltante. Cuando me presenté horas más tarde, ni siquiera había un doctor que informara de mi paciente. Un día después, daban de alta a mi amigo con el argumento de que no había nada de qué preocuparse: el dolor de espalda y cabeza era "normal", debido al golpe, dijo reiteradamente el personal médico. Sin embargo, mi paciente -ya fuera del hospital- siguió quejándose de fuertes dolores en la espalda, por lo que volvimos a llevarlo a consulta, ahora con un nuevo médico. Con cierta rabia me enteré de que ¡sí presenta una fractura en la columna!
Ni bien salía de mi azoro, cuando al salir del área de hospitalización me enteré en "radio pasillo" de que dos enfermeros sacaron -literalmente- del hospital a una persona de la tercera edad, y al no haber quién la recibiera, la obligaron a salir a la calle; le preguntaron si sabía la dirección de su destino, pues declaraban tener la intención de "subirlo a un taxi para que llegue a su casa", pero al no saber responderles, lo dejaron a la deriva, en la calle, después de salir de no sé qué problema por el que había ingresado al área de urgencias. Después, vi a alguien entrar con una bolsa de materiales de curación básicos y un collarín: el hospital no tenía para dárselos...en fin, esto y más presencié en tan sólo unas horas que permanecí en el hospital público. Imagínese usted todo lo que se puede ver diariamente ahí. Y lo peor es que en mi no muy larga vida pero de varios años ya, me he percatado de que este terrorífico escenario se repite, c por b, en todos los hospitales públicos que por diversa causa he visitado. Tengo el firme presentimiento de que esto ocurre en todo el país.
¿Pero por qué todo esto? ¿Cuál es la causa de tanta inhumanidad, de un trato asaz vejatorio hacia las clases populares? Desde mi punto de vista hay dos factores muy evidentes: 1) la falta de inversión gubernamental para equipar correctamente los hospitales y todo centro de atención médica de carácter público; para ampliar las instalaciones que siempre resultan insuficientes para acoger las desgracias de los trabajadores mexicanos; para contratar más personal médico, especialistas incluidos, y para contratar equipo con tecnología de punta para ser capaces de realizar con eficacia todos los estudios que la atención médica requiere. Al estar tan mal equipadas las unidades de atención médica, reducidas, con insuficiente personal y con equipo tan rezagado, casi podríamos decir que los que lo hacen funcionar, hacen maravillas con lo que tienen.
2) El personal administrativo, de enfermería y médico que ahí labora, al acostumbrarse a lidiar con los pocos recursos de que dispone se ha acostumbrado a ver las deficiencias y carencias como algo normal, cotidiano, y al oír los reclamos del pueblo que ahí se atiende, en vez de ver su justeza y presionar a "los de arriba" para que mejoren el servicio, en vez de acudir con el responsable del buen andar de la salud pública, se ensañan con el pobre y lo obligan a que se ajuste a tan terribles condiciones; se olvidan de su dolor; se vuelven incapaces de sentirlo, de verlo siquiera, y maltratan al mismo pueblo que con sus impuesto les paga, gracias al cual tienen el sustento seguro y al que deben lo que comen, visten, calzan, la morada y hasta sus ratos de solaz.
Necesitamos un gobierno comprometido con el pueblo para que los servicios de salud mejoren. ¡Basta de la escandalosa inversión en infraestructura carretera, portuaria y aeroportuaria sin que se invierta en salud de calidad para el pueblo! ¡Basta de groseras inversiones en equipo policíaco, sin camas en los hospitales! ¡Basta de suntuosas adecuaciones a los centros históricos y nulos o pésimos servicios de salud para el trabajador!
Mientras ese gobierno mexicano comprometido con el pueblo surge (o quizás para ayudar a que surja) necesitamos también un nuevo compromiso de los profesionales de la salud: muchos de ellos deben recordar de dónde vienen; a primera vista se ve que son hijos del pueblo pero que se han vuelto contra él; no deben congraciarse con la alta burocracia para someter al desamparado; deben protegerlo y unirse con él para exigir la renovación total del sistema de salud público mexicano; de esta unión no pueden temer nada, sino la mejoría del nivel de vida de las mayorías; a fin de cuentas, el pueblo les paga y nadie más; sólo de esta unión del pueblo y trabajadores de la salud comprometidos con éste, puede mejorar la atención médica del pueblo mexicano, de donde resultará un pueblo vigoroso y listo, mejor pertrechado para afrontar los retos tan grandes que como nación tenemos.
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