MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Periodismo camorra

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El periodismo es una cuestión de clase y los periodistas también tienen intereses, algunas veces de clase y otras tantas de aspiración de clase. Así, en un país como el nuestro dónde las clases se amalgaman y se consolidan dentro de los edificios institucionales, no es raro observar cómo los asesores políticos o los periodistas afines al gobierno entran y salen de las instituciones cada vez mejor comidos, mejor vestidos, más repuestos, con peinados impecables, pero olvidando en el bolsillo del traje anterior, guardados muchas veces, los escrúpulos y la ética periodística.

Luego de eso, las afinidades trasladan los negocios a lugares menos solemnes: los pesados edificios institucionales muchas veces tienen oídos y, además, han quedado obsoletos para la estética del compadrazgo y la distensión. Políticos y periodistas conviven en los restaurantes de moda; intercambian largos mensajes de texto y llamadas telefónicas, algunas veces en clave; surgen vínculos afectivos, se presentan a la familia, conviven en las albercas de las casas y, como cortesía, se convidan caras botellas de champagne. Pero las amistades construidas por interés están envenenadas por la cola del diablo.

Al principio es el político quien tiene comprada la simpatía del periodista: hechizado por el dorado brillo de la política, el periodista se deja seducir, baja la guardia y se imagina en un entorno similar. En ese adormecimiento, empieza entonces el gusanito de la ambición. Sueña con esa alberca, con ese respeto, con esos trajes, con el champagne caro y, enajenado, comienza a recordar todo lo que oye y todo lo que sabe. Hay posibilidad de que, mediante un quid pro cuo, el político comparta con él lo que tiene. Después de todo, ¿no se basa la amistad en compartir lo que se tiene?

Y ese sueño produce monstruos.

Comienza a operar un mercado negro del periodismo. Se deja de buscar la proximidad a la verdad y el relato de los acontecimientos. Surge una dádiva tan preciada como el oro: el silencio. El periodista deja de informar. Tiene una parte de la verdad secuestrada en su caja fuerte, la amansa y la domestica como a un animal de compañía. Si alguien alcanza el precio, sacrifica la verdad, pero si no ofrecen lo que se pide, sale a la luz esta verdad, embistiendo a diestra y siniestra y con un altavoz para que todo el mundo se entere.

Esta forma de hacer periodismo tuvo, o tiene, su manifestación en el señor Arturo Rueda. Amigo o enemigo de los políticos cuando el viento sopla a su favor o en su contra. Recientemente fue apresado acusado por extorsión y operaciones con recursos de procedencia ilícita. El coordinador de la bancada de los diputados de Morena y socio de Arturo Rueda, Ignacio Mier, ha acusado de una vendetta política, de una jugada entre Jorge Estefan Chidiac y la Unidad de Inteligencia Financiera (IUF). Y lo peor de todo es que puede que el móvil final de la detención sea político. Pero ese gesto no los ampara, puesto que en todo caso se trata de un ajuste de cuentas. 

Es tal la decadencia del periodismo oficial en nuestro estado y tal la decadencia moral de las élites que nos gobiernan que lo que antes, por prurito y orgullo personal, se ocultaba vergonzosamente tras los bastidores, ahora se exhibe como en la feria de las vanidades. 

Hay que separar al poder político del poder económico. Pero también urge separar al poder político del poder mediático. Y terminar con el periodismo estilo camorra, el periodismo siciliano, el periodismo de la omertá.

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