MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

“¿Por qué por Palestina y no por los de acá?”: el humanismo falaz

image

El creciente y esperanzador descontento mundial ante el genocidio palestino ha generado críticas previsibles desde sectores conservadores mexicanos. Estas se materializan en un cuestionamiento recurrente en redes sociales ante cualquier nota sobre una protesta: “¿Por qué protestan por Palestina y no por los problemas de México?”.

Acto seguido, enumeran los dramas nacionales (feminicidios, desapariciones, corrupción), construyendo lo que parece un dilema razonable, pero que en realidad es una trampa retórica.

Gaza es mostrada como un sufrimiento distante, extraño e inoportuno. Se manifiesta un “humanismo selectivo” que utiliza a las víctimas locales para desestimar a las víctimas globales.

En el fondo subyace una falsa dicotomía: “o protestas exclusivamente por la violencia local, o tu solidaridad con Palestina carece de validez”. Esta postura implica una jerarquización del dolor, donde nuestro conflicto interno sería más “legítimo” que el genocidio en Gaza.

Tal perspectiva es intelectualmente limitante y moralmente problemática. Equivale a decretar que la solidaridad es un recurso finito que no puede trascender fronteras. La realidad demuestra lo contrario: quienes se movilizan por Palestina suelen ser los mismos que históricamente han denunciado la violencia local. La solidaridad es expansiva, no excluyente; se alimenta a sí misma.

Además, al forzar esta comparación miope, los críticos realizan un doble movimiento perverso: primero, relativizan el crimen del Estado israelí al equipararlo de forma simplista con otras violencias; segundo, invisibilizan su carácter singular de limpieza étnica y ocupación militar prolongada. El mensaje subyacente, “preocúpate por lo tuyo”, busca provincializar la conciencia moral, presentando la injusticia lejana como un asunto secundario.

Lo que este argumento omite deliberadamente es que su verdadero trasfondo no es una preocupación genuina por México, sino un rechazo visceral a la disidencia misma. Para estos sectores, ninguna causa es oportuna y ninguna forma de protesta es legítima. Su objetivo final no es redirigir la solidaridad, sino silenciarla por completo.

La realidad incómoda es que ambas situaciones comparten una raíz común: la primacía del capital global sobre los derechos humanos. El proyecto sionista en Palestina funciona como un enclave geopolítico de intereses transnacionales, corporaciones armamentísticas, conglomerados financieros, lobbies de influencia, que normalizan la impunidad israelí. 

Estos mismos actores moldean las políticas de estados nominalmente soberanos, incluido México. La tibieza gubernamental ante el genocidio no es casual: responde a presiones geopolíticas y a intereses que privilegian las alianzas estratégicas sobre la vida humana.

Esta lógica encuentra su correlato en la violencia mexicana. La crisis de feminicidios y desapariciones es consecuencia de un Estado neoliberal deliberadamente debilitado, donde la desregulación y la desigualdad estructural han creado el caldo de cultivo para el horror. 

Quienes desde el poder critican la solidaridad con Palestina suelen representar a las élites que se benefician de este modelo de despojo, un discurso que, a nivel social, es frecuentemente replicado de manera acrítica por una ciudadanía sometida a un bombardeo mediático que limita su horizonte moral.

El éxito de este argumento cínico revela una patología estructural del capitalismo: un sistema donde el trabajo asalariado, en su desarrollo histórico, ha operado como un mecanismo de cosificación que reduce a las personas a instrumentos de acumulación. 

Esta lógica instrumental permea la sociedad, creando una subjetividad fragmentada en la que el humanismo auténtico encuentra obstáculos materiales.

El sistema, pues, nos adiestra en la desconexión, canalizando la atención hacia la competencia y el consumo, y haciendo del “mirar para otro lado” no sólo un hábito, sino una condición del régimen de acumulación. Esto resulta en la creación de una otredad percibida como hostil. 

Gaza es mostrada como un sufrimiento distante, extraño e inoportuno. Se manifiesta un “humanismo selectivo” que utiliza a las víctimas locales, no para honrarlas, sino para desestimar a las víctimas globales.

Frente a esta maquinaria de deshumanización, la solidaridad con Palestina se revela como un acto de resistencia ética radical. Reconocer el dolor ajeno sin cálculo, especialmente el de quien el sistema marca como enemigo, es afirmar que nuestra humanidad común reside no en lo que producimos, sino en nuestra vulnerabilidad compartida. En un régimen que mercantiliza hasta los sentimientos, la compasión sin fronteras se convierte en el acto más subversivo: la reivindicación última de que ser humano significa, precisamente, sentirse interpelado por el sufrimiento del otro, sin importar en qué coordenada del mapa ocurra.

0 Comentarios:

Dejar un Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados *

TRABAJOS ESPECIALES

Ver más