El 15 de enero, Oxfam Internacional publicó uno más de sus informes sobre la concentración de la riqueza, titulado “Desigualdad S.A.: El poder empresarial y la fractura global: la urgencia de una acción pública transformadora”. En este informe se presentan datos que evidencian cómo la riqueza social producida en el mundo se concentra estratosféricamente en muy pocas manos, mientras que millones de personas son cada vez más pobres: desde 2020, la riqueza de los milmillonarios ha aumentado en 3.3 billones de dólares; es decir, en un 34 %, desde el inicio de esta década de crisis. Además, 4 mil 800 millones de personas son más pobres hoy que en 2019. Los informes de Oxfam no son nuevos, y los datos presentados por ellos no han mostrado una tendencia diferente, a pesar de sus recomendaciones sobre cómo combatir la tremenda desigualdad.
Oxfam es una confederación internacional formada por 19 organizaciones no gubernamentales que realizan labores humanitarias en 90 países. Fundada en Oxford en 1942 durante la II Guerra Mundial por personas de la Sociedad Religiosa de los Amigos, activistas sociales y académicos de la Universidad de Oxford, su misión inicial era luchar contra la hambruna que azotaba a Grecia. De ahí su primer nombre: “Comité de Oxford para aliviar la hambruna” (Oxford Committee for Famine Relief). Desde entonces, se han establecido sedes en distintos países del mundo, incluido México, donde comenzó a operar en 2008.
Con 82 años de existencia, Oxfam Internacional es solo una de las muchas organizaciones no gubernamentales y think tanks que abordan el problema de la concentración de la riqueza y proponen soluciones. Sin embargo, estos estudios y sus posibles soluciones no han resuelto el problema. ¿A qué se debe esto? ¿Qué tiene que pasar para que la humanidad tome acciones que reviertan esta tendencia?
Para entender lo que sucede en la actualidad, es fundamental tener en cuenta una explicación trascendental que fue descubierta y sustentada por Carlos Marx hace más de 150 años en su obra “El Capital”. En la sociedad capitalista, la que impera en nuestros días, la producción se basa en la propiedad privada sobre los medios de producción y en la relación entre dos clases principales: la burguesía y el proletariado. La burguesía es dueña de los medios de producción, como fábricas, tierras y maquinaria para la producción, y controla las decisiones económicas. Para producir, además de poseer los medios de producción, contrata al proletariado, la clase trabajadora, para accionar en esos medios de producción a cambio de un salario y producir mercancías que luego serán vendidas en el mercado. Es durante el proceso de producción donde los trabajadores generan más valor del que reciben como salario. La diferencia entre el valor creado por el trabajo y el salario pagado se llama plusvalía, y es la base de la explotación en el sistema capitalista.
Como la producción está impulsada por la búsqueda de ganancias, los capitalistas maximizan sus beneficios mediante la expansión de la producción, la reducción de costos laborales y la competencia con otros capitalistas. Este proceso tiene una tendencia intrínseca hacia la acumulación de capital. A medida que los capitalistas reinvierten sus ganancias para aumentar la producción y la eficiencia, pueden expandir su riqueza y poder económico. Esta acumulación, sin embargo, se realiza a expensas de los trabajadores, ya que implica la extracción continua de plusvalía. Con el tiempo, esto resulta en una centralización de la riqueza y del poder económico en manos de una élite.
Ahora, veamos qué dice Oxfam en su reporte: “una enorme concentración de poder empresarial y monopolístico está exacerbando la desigualdad en la economía mundial… A base de exprimir a sus trabajadores, evadir y eludir impuestos, privatizar los servicios públicos y alimentar el colapso climático, las empresas están impulsando la desigualdad y generando una riqueza cada vez mayor para sus ya ricos propietarios. Para poner fin a la desigualdad extrema, los gobiernos deben redistribuir de manera drástica el poder de los milmillonarios y de las grandes empresas hacia el resto de la población”. ¿No es acaso, la confirmación de los descubrimientos de Marx hace ya más de 150 años?
Sin embargo, la solución propuesta por Oxfam no es realista. Otro de los descubrimientos de Marx fue que la burguesía, además de tener el poder económico, tiene el poder político de la sociedad, es decir, el poder de gobernar a través de lo que conocemos como el Gobierno. En términos simplistas, se puede afirmar que la burguesía tiene el poder económico y político, y este último lo ejerce a través del Gobierno. Por ello, cuando se ofrece como solución que el Gobierno regule, reinvente, redistribuya o haga cualquier cosa en favor de las mayorías es como si le pidiéramos a Poncio lo que hace Pilatos. La solución del problema que evidencia Oxfam no la puede solucionar el Gobierno, sino que es una tarea para todos aquellos que somos los damnificados de ese 1% ultrarrico del mundo. En el fondo, pues, es la lucha de clases por la distribución de la riqueza.
Rogelio García Macedonio es economista por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
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