MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

REPORTAJE | Recordando a Rosa Crucy Arias en su primer aniversario luctuoso

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¡Ay, tanto amor para tan breve instante!

¿Por qué la vida, cuanto más amante,

es más fugaz? ¿Por qué nos brinda flores,

flores que se marchitan sin tardanza,

al reflejo del sol de la esperanza

que nunca deja de verter fulgores?

Rosa Crucy Arias Morales vio la luz por primera vez el 2 de mayo de 1966, en Jonuta, Tabasco, hija de Don Bernabé Arias y la señora Agustina Morales, ambos dedicados al campo, siendo la sexta en turno de siete hijos.

Siempre impulsada por su padre autodidacta, cursó sus estudios de educación básica hasta el nivel medio superior en su pueblo, llegando a ser de los estudiantes más destacados de las generaciones correspondientes.

Rosa Crucy Arias siempre se preocupaba por el porvenir de los jóvenes: recorría casa por casa invitándolos a no desistir, a no abandonar sus estudios, a luchar por un futuro mejor.

Realizó sus estudios de nivel superior en el entonces Instituto Tecnológico Agropecuario No. 32 de la Villa de Ocuiltzapotlan, Centro Tabasco, donde también destacó con los más altos promedios.

En esa etapa de estudiante fue donde conoció al Movimiento Antorchista Nacional, quien la invitó a participar en sus proyectos de lucha para mejorar las condiciones de vida del estudiantado de su tiempo y la de los pueblos tabasqueños más marginados. Ella, sin titubeo alguno, aceptó el reto. Rosa era poseedora de una gran sensibilidad hacia los suyos.

Las tareas de estudiante y las de un luchador social no se contraponían, porque la responsabilidad y el sacrificio eran sus mayores virtudes.

De 1987 a 1991 fue estudiante universitaria y, a la vez, funcionaba como maestra en la preparatoria “Lázaro Cárdenas del Río” ubicada en Simón Sarlát, Centla, Tabasco. 

Como tercera tarea, atendía grupos campesinos, a los cuales organizaba mediante la lectura y acompañaba en sus gestiones para contribuir en la solución a sus problemas. 

Como cuarta tarea, formaba parte del ballet folclórico estatal del mismo movimiento, donde los tres primeros años obtuvieron consecutivamente dos primeros lugares en baile y danza folclórica.

Recién graduada como ingeniera agrónoma con especialidad en Fitotecnia, llegó a la ciudad de Simojovel de Allende, Chiapas, en 1992, de la mano del Movimiento Antorchista.

A su llegada, se incorporó de inmediato al trabajo estudiantil como maestra, administrativa y gestora, atendiendo un CBTA de nueva creación, donde su búsqueda principal era obtener la clave oficial.

Simultáneamente, encabezó el trabajo de gestoría en varios barrios de Simojovel, destacándose por su constancia y persistencia, la cual demostró en la solución de problemas como vivienda, agua potable, drenaje, energía eléctrica, recursos asistenciales para los barrios La Esperanza, La Planada, Poyoló, Nuevo Urbano, Sharpes, San Pedro, El Cielito, entre otros.

En 1994, con el levantamiento del Movimiento Zapatista, colaboró como representante del Movimiento Antorchista en las reuniones para mantener el respeto y la paz de los grupos campesinos y barrios de Simojovel.

En julio de 1995, por la lucha, se dio el reconocimiento oficial del entonces CBTA. Su participación fue determinada y determinante, ya que para lograr el reconocimiento se tuvieron que hacer gestiones, marchas y plantones, donde alumnos, padres de familia y pobladores antorchistas de los barrios fueron factor importante en la movilización y en el respaldo de la demanda. 

Como resultado de esa lucha, en ese mismo año se recibió la clave oficial del CECyT No. 10 de Simojovel, siendo Rosa Crucy la primera coordinadora académica del plantel.

Las luchas no pararon, pues la escuela tenía que gozar de infraestructura, mobiliario, etcétera, y Rosa nunca dejó de buscar todo esto para colocar al CECyT 10 como la mejor escuela de nivel medio superior de la región.

En 1996, se fundó el Albergue Estudiantil Rosario Castellanos con 200 alumnos. Para esto fue necesario ocupar unas instalaciones abandonadas que eran conocidas como Impecsa. 

También intervino la maestra Rosita, junto con compañeros destacados y aguerridos, para que ese espacio fuera otorgado oficialmente como un hogar para estudiantes indígenas de la región.

En 2004, dejó de ser coordinadora del CECyT para integrarse como presidenta del DIF municipal de Simojovel de Allende, poniendo siempre su trabajo al servicio de quienes más lo necesitaban; siempre en nombre del Movimiento Antorchista.

Y los años pasaron. La vida en familia la obligó a establecerse en San Cristóbal de Las Casas, donde encabezó demandas necesarias para fraccionamientos y colonias como Campanario, Bosques de Manzanilla, Corral de Piedra, San Diego, Peje de Oro y pionera en la fundación de la colonia Rosario Castellanos.

Con mucho ímpetu, entregó cuatro años de su vida a la causa más noble que el hombre puede darle al mundo: transmitir conocimiento a través de un gis y un pizarrón, sin pedir nada a cambio, más que la conclusión de estudios básicos de jóvenes estudiantes de la secundaria indígena Rafael Ramírez Castañeda de la comunidad Elambo, Zinacantán.

La maestra Rosa Crucy, muy conocida por todos los habitantes de Elambo, caminaba sin cesar desde las siete de la mañana, de la autopista hasta la secundaria, cinco días a la semana, y 190 días de cuatro ciclos escolares consecutivos.

En ocasiones se quedaba a dormir en la comunidad, siempre preocupada por el porvenir de los jóvenes de la secundaria Rafael Ramírez. 

Con su entusiasmo característico, impulsaba a la juventud a no abandonar los estudios. Recorría casa por casa, invitándolos a no desistir, y por eso Rosita recibió el máximo reconocimiento de la zona escolar 007 en el ciclo escolar 2022-2023, por mantener en alto a una institución, a pesar de las duras carencias estructurales que padecía.

Rosita no dudaba en atender a cualquier enfermo que llegaba a casa. Siempre corría por un paracetamol y buscaba los contactos para que quien enfermara fuera atendido en los centros de salud cercanos a donde estuviera, siempre muy fraterna, aunque a ella también le aquejara algún dolor.

Y como Fernando Celada dice en su poema, un 12 de enero de 2024, murió aquella mujer con la dulzura de un lirio deshojándose en la albura del manto de una virgen solitaria, a causa del horroroso e ineficiente sistema de salud de nuestro país. Ese cruel sistema que no distingue colores; simplemente arrasa con todo lo enfermo que encuentra a su paso.

No es culpa de los científicos ni de los médicos que entregan nueve años de su vida estudiando el cuerpo humano y sus curiosidades, sino de un ente colocado más arriba, un ignorante, un insensible.

Un cáncer feroz le arrebató la vida en un parpadeo, y para sus más cercanos fue una impotencia no resolver en la medida correcta, no erradicar ese mal. Este hecho conmueve en lo más profundo del ser humano, porque la realidad es más lacerante. 

Puedes ser el hombre más bondadoso, el más humilde, el más inteligente, el más heroico, pero si vives en un país donde para los gobernantes y administradores de los sistemas que controlan los servicios públicos la vida de los ciudadanos más pobres no vale nada, como México, entonces tus probabilidades de seguir ayudando a los tuyos se reducen a cero.

Escribir sobre quienes ya no están, y recordarlos con cariño, con llanto quizá o sin él; recordarlos con el trabajo que impulsaron, seguirles la huella, seguir sus buenos ejemplos, enmendar los malos, luchar en este mundo terrenal y no desistir, es lo que puede hacerse después de su trascendencia al otro espacio.

Y en esta ocasión te rendimos a ti, a la luchadora social, a la fraterna y solidaria, a la antorchista, a ti, maestra Rosita. Hasta siempre.

 

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