MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

¿Verdad o mentira?

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El poder de la palabra es verdaderamente sorprendente. No en vano la Biblia en el primer versículo del evangelio de San Juan, le da un peso proverbial, cuando afirma: "En el principio era el verbo.” La palabra puede, bien usada, ser la primera piedra de monumentales construcciones, el primer paso de largas travesías, el primer triunfo de grandes e históricas hazañas, el primer objetivo de cambios determinantes en la vida de un individuo. 

Hace 47 años escuché con asombro uno de los discursos más sorprendentes que cambiaron el rumbo de mi vida. Era una explicación pormenorizada sobre la condición de marginación y pobreza en la que había vivido sin concientizarlo, condición en la que se encontraba la mayor parte de los mexicanos, razón por la cual nos habíamos acostumbrado a ella, sin saberlo. La vehemencia con que fueron expuestos los argumentos, el llamado urgente a tomar acción para cambiar el rumbo no sólo de mi entorno, sino de mi patria, me llevó a tomar la palabra espontáneamente, exaltada, oprimido el pecho por la angustia de descubrir que esa realidad no era eterna, y víctima de la emoción, prorrumpí a llorar desconsoladamente. Esa tarde, decidí incorporarme al hoy Movimiento Antorchista Nacional. 

La referencia viene a estas líneas porque hoy es a mí a quien corresponde la tarea de hacerle claridad al pueblo más humilde y trabajador, explicarle la realidad, y transmitirle la indignación que provoca el conocimiento de ésta, sus causas y sus efectos y, sobre todo, el papel preponderante que le toca jugar en la historia para cambiarla. 

Hablar con ellos de todo, desde lo más sencillo que a sus ojos parece incomprensible, hasta lo más complicado. Desde convencer, por ejemplo, a los adultos mayores, con quienes hace poco tuve la oportunidad de intercambiar algunas palabras, de la importancia de vacunarse, a pesar de que la desinformación les hace creer que la pandemia no tuvo un origen natural, que es un instrumento de la política de los poderosos para deshacerse de una buena parte de la población mundial, porque es gente "que sobra”; pesar de que piensen que la vacuna está pensada para propagar más rápido la covid-19, que no para detenerlo, y entonces prefieren lidiar con los métodos ancestrales que conocen para superar la enfermedad; hasta argumentarles por qué la organización del pueblo es la única y verdadera salida para transformar a nuestro país.

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Y hablando precisamente con este sector de la población, que resulta vulnerable no sólo por la edad, la desinformación y en muchos casos por el abandono, vino a mi memoria el reciente discurso del ingeniero Aquiles Córdova Morán, dirigente nacional del Movimiento Antorchista, quien resaltó la intervención de Peter Schwartz en el foro de Davos, en Suiza, donde de manera cruda y terrible afirmó que en esta pandemia ha quedado de manifiesto la capacidad de adaptación de la humanidad, quien ha aceptado (¡!) renunciar a hábitos, usos y costumbres en los que se encuentra comprometida su propia sensibilidad, como es aceptar la desaparición de sus adultos mayores (bisabue abue padres, tíos, hermanos) con una inexplicable tranquilidad, aduciendo que es el destino de cada quien. Y concluye de esta reacción, que se puede lograr que esta misma humanidad acepte sin comprometer la paz y la estabilidad mundial cualquier adecuación que haya que hacer al sistema que ha ocasionado la brecha terrible entre los que tienen todo y los que no tienen nada al concentrar de manera injusta y criminal la riqueza en unas cuantas manos.

Ante esta afirmación, tan cruda como brutal, no puede uno más que estremecerse y aceptar lo que de manera espontánea intuye la población, ¿estará en el origen de esta pandemia una prueba para la humanidad? ¿Estaremos ante un experimento en el que se está poniendo a prueba la capacidad de resistencia de esa misma humanidad? ¿Será que la intuición del pueblo es real?

La respuesta la dará el resultado que deberá recoger la Historia, pero ante la sana duda, pienso que la única manera de evitar que sigamos siendo víctimas de la perversidad de la parte de la humanidad que concentra el poder en todas sus formas (armas, dinero y poder político) tenemos que educarnos, organizarnos y luchar por un futuro que garantice la parte de bienestar a la que todos tenemos derecho, que no tenemos porque acostumbrarnos a la pobreza ni a la muerte de quienes pudieron salvar la vida de haber tenido recurso para curarse. 

Y me vuelve a encender el arrebato juvenil que me provocó el conocimiento de la injusticia, y me convenzo más de que, en los días que corren, quienes hemos entregado la vida a la educación y organización del pueblo, estamos en el camino correcto.

 

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