Son los primeros años del férreo nazismo alemán y, para los que no pertenecen a la raza “predilecta” la hostilidad cada vez es más azotadora. Aquí están los grandes judíos que antes ocupaban puestos en el gobierno, tan importantes, cayendo como una hoja que, libremente al viento otoñal, entrega su juventud y la perpetuidad efímera de su vida.
¿Dónde podrán encontrar el consuelo que sus almas, sus cuerpos y espíritu ahora necesitan?, Con Hitler con el poder absoluto, llega 1935 promulgando las leyes en las que, los Judíos, son privados de su calidad como ciudadanos y queda entonces, promulgada, su expulsión de prácticamente todas las actividades ordinarias a las que estaban acostumbrados.
Youkali es, una isla que se encuentra, cómo lo dice el tango homónimo “casi al final del mundo” en dónde ahora parecen materializarse los sueños, los anhelos y el espíritu que se ha quebrado en la tierra en la que hubieron alabado a Dios.
A la par de todos estos acontecimientos, la imagen de Kurt Weill, quién hubo participado junto a Bertolt Brecht en “La ópera de los tres peniques”, quedaba inmortalizada en los acordes de su creación: una habanera, tango que llevaba el nombre de aquella isla tan lejana, aparentemente libre de cualquier ley, del hombre, cuando menos. La letra, de Roger Fernay, que acompaña los acordes de Weill, fue compuesta para la obra María Galante en entrando apenas a la segunda década del siglo XX.
“La isla es muy pequeña, mas el hada que allí vive, amablemente invita a una vuelta dar… Youkali”
Haciendo alegoría de un viaje lejano y tardío, a la “Isla de los sueños” el Youkali se hubo convertido en un himno de esperanza para todo aquél que la necesitará, con un aire sumamente nostálgico y con un ritmo lento, como si se tratase del viaje en remo ante el imponente mar, que pueden ser las notas demandantes casi al final, Youkali nos invita a este viaje que inicia en adagio y acrecentar su ritmo como aquél que, estando cerca de su hogar, siente una desesperación por arrojarse del transporte para llegar instantáneamente a su casa.
Vista desde otra perspectiva y aún más poética, el viaje también podría ser proyectado como en lo que, después se convirtió, en el deseo de encontrar la paz, “liberar las ansiedades” cómo dice la letra y encontrar un espacio en dónde poder vivir en paz.
Es casi un lugar común encontrar esta figura entra la música y la poesía, sin embargo, la profunda belleza de este tango, aunado a la coyuntura en la que es escrito, sin duda hacen que sea obligatorio escucharlo alguna vez, algunas veces, muchas en nuestra vida.
El último verso, es sumamente desgarrador, pues termina diciendo: ¡Youkali es la felicidad, es el placer! Pero es un sueño, una locura, ¡No hay Youkali! Y, en efecto, la lejanía de la isla, incluso desde cualquier punto del mundo, cuál si se tratase del mismísimo punto Nemo, hacía dar un golpe de realidad a cualquiera que siquiera lo intentase, mas no habrá que negar dos cosas importantes.
La primera, que es increíble observar, como el arte puede producir tanta belleza, en un oxímoron de emociones que unen el dolor con el placer de escuchar el tango y la felicidad momentánea que produce: ¡Ah, los artistas! Son sumamente prodigios (algunos, aclaro).
Y, por otro lado, que aunque parezca un sueño, encontrar otro mundo en dónde vivir, tal vez valdría la pena no abandonarlo y luchar en esta misma tierra por la liberación y la edificación de un mañana nuevo, justo, vivible para todos, por un Youkali terreno que permita que a todos los hombres, en equidad de condiciones le sea permitido vivir.
Amable lector, te invito a que endulces tus oídos con tan bella pieza y que, una vez terminada, te levantes y unas tus manos, a todos los que buscamos que el Youkali no esté tan lejos del mañana.
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