Estamos a unos días de despedir el 2022 y por ningún lado aparece alguna buena noticia para los pobres, todo lo contrario. En el artículo del profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y columnista del periódico El Financiero, Guillermo Knochenhauer publicado el pasado 15 de diciembre bajo el título “Alimentos caros” menciona que en México, como en todo el mundo, se ha registrado desde hace un año un alza de precios de cereales y aceites comestibles que no se justifica por razones de mercado, dado que no ha disminuido la disponibilidad de esos alimentos.
El columnista advierte, que muchos países pobres están entrando a una crisis de hambre en 2023. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) calcula que este año han enfrentado inseguridad alimentaria aguda 345 millones de personas, 63 millones más que en diciembre de 2021, lo que representa una cifra sin precedentes que no se debe a la falta de alimentos, sino a su encarecimiento.
En México ocurre lo mismo, al aumento de los precios que sufrimos de cereales y aceites, no le corresponde una menor oferta que lo justifique: así, por ejemplo, con información del Grupo Consultor de Mercados Agrícolas (GCMA), tenemos que de noviembre de 2021 al de este año aumentaron de precio la harina de maíz en 20.4 por ciento; la tortilla, en 20.9 por ciento; la harina de trigo, en 36.7 por ciento; y los aceites y grasas, un 17.2 por ciento.
El propio GCMA informa que, al tercer trimestre de 2022, México había reducido en 3.2 por ciento el volumen de importaciones de granos y oleaginosas, aunque hubo que pagar 16.5 por ciento más que en el mismo periodo de 2021. Las compras de maíz blanco, amarillo y quebrado que se requirieron fueron 1.9 por ciento menores en volumen, pero su valor de compra se incrementó en 10.8 por ciento, mientras que las cosechas nacionales de trigo permitieron reducir sus importaciones un 7.4 por ciento, a pesar de lo cual la factura se elevó 25.1 por ciento.
El pretexto principal de la carestía es la guerra entre Ucrania y Rusia, ya que Ucrania aporta 10 por ciento del trigo, más de 50 por ciento del aceite girasol y 15 por ciento del maíz que se comercializa en los mercados internacionales. Aunque el estallido de la guerra entorpeció durante algunas semanas los suministros de esos productos, no llegó a provocar desabasto en ninguno de los mercados.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) informó que a dos meses del estallido de la guerra la disponibilidad mundial de cereales no había sufrido merma alguna y el Banco Mundial, por su parte, confirmó que sus existencias estaban cerca de superar marcas históricas.
El académico pregunta: a qué atribuir, entonces, el alza de los precios, y señala que el inicio de la carrera alcista fue la anticipación de las empresas transnacionales que comercializan mundialmente cereales, oleaginosas y leguminosas, de que habrá escasez de esos productos en el futuro cercano; a esa anticipación y alza originaria de precios siguieron otras presiones, como las causadas por las restricciones que impusieron a sus ventas externas fuertes exportadores, como Argentina e India.
Menciona que las determinaciones de cinco comercializadoras transnacionales se reflejan en los precios de futuros, principalmente del mercado agropecuario de Chicago, cuyos papeles bursátiles son referencia ineludible de las cotizaciones del comercio internacional. Pero, no sólo las importaciones, sino también las cosechas nacionales de maíz, trigo y oleaginosas se cotizan tomando como referencia al mercado de Chicago, cuya tendencia alcista de estos meses recientes favorece a los grandes productores del país, y esto explica el por qué ante buenas cosechas, la tortilla, el pan y el aceite para cocinar estén mucho más caros.
La mejor protección que tendría nuestro país ante esa influencia externa, y afirmar nuestra soberanía alimentaria, es abatir los 28.1 millones de toneladas que se importaron entre enero y el tercer trimestre de este 2022 de granos y oleaginosas, para lo cual hay tierra, agua y fuerza de trabajo con que lograrlo, concluye Guillermo Knochenhauer.
Como ciudadano medianamente informado, no me queda duda de que la opinión del profesor de la UNAM y columnista de El Financiero es acertada y por eso me permití hacer una transcripción casi completa para compartirlo con los que lleguen a leer esta modesta colaboración.
En efecto, el riesgo de hambruna que amenaza a México y al mundo, provocada por la crisis alimentaria y económica comenzó mucho antes de que estallara la guerra en Ucrania, lo que implica que ésta no la engendró y solo vino a poner en evidencia la fragilidad de la compleja red de suministro de la actividad económica mundial, la especulación de los mercados financieros, las bajas reservas de cereales en las naciones subdesarrolladas, el cambio climático y el incremento de las políticas comerciales proteccionistas de ciertos países.
Hasta el momento nuestro país, sigue siendo el principal importador de maíz estadounidense y el segundo comprador a nivel mundial. El Grupo Consultor de Mercados Agrícolas, estima que México comprará cerca de 18 millones de toneladas de este grano en 2022, por un valor de casi 6,000 millones de dólares. Pero el actual gobierno federal, en lugar de emprender políticas para dejar nuestra dependencia alimentaria, como incrementar la productividad del campo mexicano, entre otras acciones ha implementado medidas replicadas de sexenios neoliberales, claramente electoreras como el paquete Contra la Inflación y la Carestía (Pacic).
Ninguno de los dos planes, han servido para paliar cuando menos la hambruna. Aunque la tortilla de maíz fue uno de los 24 productos de la canasta básica incluido en el primero y segundo Pacic, de mayo a septiembre ha aumentado de precio. Según datos del Inegi, entre abril, mes previo al Pacto, y septiembre de este año, el precio de la tortilla de maíz acumuló un alza de 6.83 por ciento, mientras que a tasa anual en septiembre se encareció 15.4 por ciento. Esta realidad, confirma la advertencia de una crisis de hambre en 2023.
Ha llegado la hora de que los mexicanos entendamos que la salida de los problemas que azotan a nuestra patria solo puede ser obra de nosotros mismos. No podemos seguir creyendo que las soluciones llegarán del exterior o de un remedo de mesías. Tenemos que confiar en nuestras propias fuerzas para formar mexicanos sanos, fuertes, vigorosos, bien alimentados y educados. Para tal fin, necesitamos un plan económico, integral y bien trazado por verdaderos expertos, que garantice el máximo aprovechamiento de nuestros recursos materiales y humanos para por incrementar la producción de riqueza y distribuirla entre todos. Esta es la salida.
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