MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

CRÓNICA | El peso de la vida sobre cuatro llantas

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Hace poco tuve la necesidad de solicitar un servicio de grúa. El carro que manejo se había descompuesto y debía trasladarlo al taller. Era un día cualquiera, de esos en los que uno sólo piensa en resolver el problema y seguir con la rutina. Pero aquella tarde se convirtió en algo más que un simple traslado: fue una ventana a la realidad que viven millones de mexicanos.

Si hubiera sabido lo cruel que está la vida, no habría tenido los hijos que hoy tengo. No porque no los quiera, sino porque duele no poder darles lo que merecen.

La grúa que llegó era vieja, rústica, con el metal oxidado y el motor tosiendo al arrancar. Aun así, cumplía su función. El conductor bajó, un hombre de mediana edad, rostro cansado y mirada de quien carga el peso de muchas jornadas. Mientras aseguraba mi coche, comenzó a hablarme. Su tono era sereno, pero sus palabras llevaban el cansancio de los años y la desesperanza de la lucha diaria.

Me contó que era originario del sur de la ciudad de Puebla. Trabajaba en una empresa pequeña, donde las condiciones no siempre eran las mejores. “Aquí está difícil ganarse la vida —me dijo—. Las grandes corporaciones se adueñaron de todo y uno sólo alcanza las sobras”. Su sueldo, explicó, rondaba los 7 mil 500 pesos al mes, y cuando la suerte le sonreía llegaba a los 10 mil. Pero esa “buena racha”, como la llamó, era casi un mito.

Mientras hablaba, manejaba con cuidado entre el tráfico. A ratos, soltaba frases que se clavaban en el aire. “A veces pienso que ya no vivimos, sólo sobrevivimos. En la tele dicen que a todos nos va bien, pero la verdad es otra. Yo tengo tres hijos, pago renta, escuela, comida… y todavía debo meterle gasolina a esta grúa para poder seguir trabajando”.

Su voz se quebró un poco. No era de tristeza, era de impotencia. Me contó que muchas veces llega a casa con las manos vacías, y sus hijos lo esperan con ilusión. “Mi hijo me pide pan o una golosina. Y a veces el pan tengo que partirlo en cinco pedazos para que todos coman algo. ¿Y cómo le digo que no?” —me pregunta, mirando al frente, con los ojos fijos en la carretera.

Durante el trayecto me preguntó si yo tenía hijos. Le respondí que no. Él soltó un suspiro largo y, con una mezcla de rabia y resignación, dijo: “Si hubiera sabido lo cruel que está la vida, no habría tenido los hijos que hoy tengo. No porque no los quiera, sino porque duele no poder darles lo que merecen”.

Sus palabras me dejaron sin respuesta. Era una confesión dura, pero sincera. En ellas no había egoísmo, sino desesperación. Porque en un país donde los salarios no alcanzan, donde los precios suben y las oportunidades bajan, hasta el amor más grande se ve limitado por la pobreza.

Seguimos avanzando por la carretera. La grúa rugía con esfuerzo, como reflejo del propio conductor, que seguía adelante pese a todo. “Hay días que pienso en dejarlo todo, pero me acuerdo de mis hijos y vuelvo a salir. Uno no se rinde, pero tampoco puede negar que el mundo está mal hecho”, me dijo.

Al llegar al taller, pagué el servicio y nos despedimos. Pero sus palabras siguieron conmigo. Pensé en él, en su familia y en los millones que viven situaciones parecidas o peores. Gente que se levanta antes del amanecer y se acuesta con la preocupación de no saber si mañana habrá para comer. Y, mientras tanto, los discursos oficiales repiten que todo marcha bien, que la economía crece, que hay oportunidades para todos. Pero basta salir a la calle para descubrir la otra cara de México: la del obrero, el campesino, el chofer, el maestro o el albañil que apenas sobrevive.

Esa conversación me hizo reflexionar sobre cómo el trabajo honesto no siempre se traduce en una vida digna. Y también en cómo muchos han perdido la esperanza de cambiar las cosas. Pero la historia demuestra que sólo el pueblo organizado puede hacerlo.

Por eso, el Movimiento Antorchista, desde hace más de 50 años, lucha por sacar de la pobreza al país entero, donde hay municipios, pueblos y comunidades olvidadas; pienso en hombres como aquel conductor. Gente trabajadora que no pide lujos, sino justicia. Que quiere vivir con dignidad, no sobrevivir con migajas. México no cambiará por voluntad de los poderosos, sino cuando su pueblo decida organizarse, luchar y tomar en sus propias manos el futuro que merece.

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