Si consideramos que la vida es una línea temporal, el futuro sería la parte correspondiente de esta línea que todavía no ocurre. Si el presente es el resultado de nuestro pasado, nosotros que lo vivimos tenemos la posibilidad de hacer conjeturas respecto a nuestro posible futuro; podemos especular qué va a ocurrir con solo mirar el pasado, echar la mirada y estudiar, profunda o someramente, lo que ocurre actualmente para así parar antenas sobre un futuro próspero o decadente.
En realidad, hablar de futuro limitándonos a nuestra realidad inmediata sería hacerle injusticia a todo lo que implica esta palabra, pues si bien sabemos que en todos los aspectos desde el económico, social, político, educativo, de salud, científico, laboral, el futuro de la humanidad ha venido en picada desde que existe la explotación del hombre por el hombre, sería necio de mi parte limitarme a abundar en ese tema que es claro desde hace siglos.
La literatura basta para comprender este fenómeno, y no considero pertinente repetir en escasas líneas aquello que merece ser tratado con calma para que se comprenda. Por lo tanto, haré un poco de injusticia a todo lo que ocupa este término, y más bien hablaré del futuro inmediato que, desde la perspectiva de mi humilde opinión, considero nos espera a todos los mexicanos.
Dos son los ejes principales que considero son el punto de anclaje de los tumores que están causando metástasis al país: el económico y el político. Si bien, México ha salido muy afectado por las políticas económicas a las que estamos sometidos todos los trabajadores del mundo, el gobierno es el que debería trabajar en pro de los que se ven más afectados por las consecuencias de un sistema económico decadente, pero es precisamente aquí en donde la carreta se atora.
Económicamente nuestro pueblo no encuentra estabilidad. No hay empleos, y los que tienen no están bien remunerados. Actualmente hay 53 millones de pobres en todo el país que, cuando creyeron recuperarse, a través del empleo informal, por supuesto, de la pandemia, llegó la inflación que causó la crisis económica mundial y a la que nuestro gobierno no ha sabido hacerle frente. Por mucho que el gobierno se haya esmerado en frenar el precio de la gasolina y de los productos de la canasta básica, no ayudará a frenar la factura que pasará en estas fiestas decembrinas, pues los gastos estarán en un 203 por ciento por encima del ingreso mensual de un trabajador promedio.
Políticamente, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador tiene un fuerte desarraigo a la ley, a la democracia y a los derechos humanos. Ha atacado constantemente a los órganos constitucionalmente autónomos, ha creado leyes que atentan contra los derechos humanos como las de prisión preventiva sin que se compruebe la culpabilidad del acusado y otras semejantes, así como la reciente reforma electoral que no ha dejado atrás a pesar de que, claramente, atenta contra la democracia mexicana y misma que lleva a centralizar el poder en una sola persona que no es más que el actual mandatario nacional o, en su defecto, al partido a quien represente en un futuro. Estos retrocesos amenazan el mantenimiento de nuestro régimen democrático y la estabilidad social de todos los mexicanos.
En el aspecto de salud se tiene una precariedad tanto en abastecimiento de medicinas, en la prestación del servicio a toda la comunidad y en la creación de políticas que eviten las descensiones por afectaciones en la salud; el cuerpo médico no cuenta con herramientas suficientes para cubrir todas las necesidades del país y miles de mexicanos se quedan sin la posibilidad de tratarse enfermedades de alto impacto.
Y, finalmente, está el aspecto de ideologización y educación. El sistema de por sí ya tiene sus métodos de ideologización, como la música, programas de televisión, mercadotecnia y sus métodos de crear falsas necesidades que generan el consumo masivo de mercancías, las redes sociales, por medio de los cuales le permite tener a su disposición a la sociedad entera para que siga perpetuándose a pesar de todas sus deficiencias, dejando tras de sí a miles de mexicanos pobres que viven sumidos en la preocupación de qué comer al día siguiente mientras son infelices soñando con llegar a ser el hombre ideal que nos vende el sistema económico y político.
Pero si esto nos supera como país, quienes nos gobiernan deberían tener la capacidad de prever esta situación y trabajar por cambiarla, ¿cómo? con educación de calidad. Que en primera, todos los niños, jóvenes y adolescentes de nuestro país tengan la posibilidad de acceder a los centros educativos; en segundo lugar, invertirle más a este sector para que se generen buenos especialistas que no deseen salir del país por no encontrar las oportunidades en México y así contar con maestros capaces de transmitir los conocimientos suficientes para generar hombres y mujeres sensibles con sus semejantes, que aprendan a discernir entre lo bueno y lo malo, así como entre la verdad y la mentira como las que predica cada mañanera el mandatario nacional.
Este último aspecto es sumamente importante, pues la formación de hombres y mujeres comprometidos con el desarrollo de la sociedad en su conjunto debería ser íntegra, de la misma forma en la que el Movimiento Antorchista ha planteado el problema: con arte, cultura, educación y conocimiento la ley que nos permitirá cambiar de raíz a nuestra sociedad, el marxismo-leninismo y el materialismo dialéctico histórico. De otra forma, el futuro de nuestro país seguirá siendo incierto y sus habitantes serán eternamente soñadores de utopías, conformistas y crédulos que sigan aceptando a gobiernos que, en lugar de trabajar, se la pasen acusando a gobiernos anteriores, gobiernos que estén bajo el mando de improvisados, faltos de conocimiento en materia política, económica, social y conocimiento en general. Pero esto lo debemos entender primero nosotros, los que creemos y sabemos que un futuro mejor es posible y que los labradores de este futuro están en el pueblo, no eb un mesías ni nadie en particular. Un pueblo educado y organizado es la única salida que nos dará entrada a un país más próspero y justo.
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