Hemos llegado a las fechas más bonitas del año, donde las calles se visten de colores llamativos, el aire huele a flores y recuerdos, y la comida es un manjar de texturas y sabores.
El Día de Muertos es una tradición mexicana que ha dado la vuelta al mundo entero, contagiando la alegría y el cariño por los seres queridos que ya no están entre nosotros.
El Día de Muertos se celebra en un país donde, día tras día, la violencia cobra víctimas, y la paz sigue siendo una promesa sin cumplir.
Las plazas principales se cubren con flores de cempasúchil, velas, aserrín, platillos típicos y todos esos elementos que forman parte de los altares de muertos; por las calles se ven catrinas vivientes embelleciendo el paisaje con sus elegantes vestidos y maquillaje. A pesar de que esta fecha es muy importante, hay otro “día de muertos” que opaca este festín.
Es de conocimiento general que, en nuestro país, el día de muertos se vive a diario, adornado con cifras cada vez más grandes e historias que parecen sacadas de la ficción, donde cada día una persona pierde la vida por un sinfín de razones y sólo se convierte en una cifra roja más.
Nos encontramos ante una realidad difícil de aceptar, pues el país se encuentra cubierto por una nube negra que lo abraza de extremo a extremo, dejando a la población a merced de este asedio.
Según datos de TResearch, hasta el 2 de noviembre de este año, se tienen diecisiete estados con cifras por encima de las 500 muertes dolosas; ocho estados que sobrepasan las mil muertes, como Michoacán, Morelos, Nuevo León, Guerrero, Jalisco, Chihuahua y Edomex, y dos estados que están por encima de las 2 mil muertes: Baja California y Guanajuato.
De enero a junio de 2023, se registraron 15 mil 82 homicidios en México, con una tasa de doce homicidios por cada 100 mil habitantes a nivel nacional, de acuerdo con datos del Inegi.
Al respecto, varios medios de comunicación han publicado notas que resaltan el problema tan alarmante: “Sexenio de AMLO impone récord de violencia con más de 190 mil asesinatos” (El Universal, junio 2024); “Homicidios en México suben un 5 % en junio y se estancan en la primera mitad del 2024” (Forbes, 9 de julio de 2024).
Según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, en México se encuentran 16 de las 50 ciudades más violentas del mundo con las tasas de homicidio más elevadas; destacando Colima, Obregón, Zamora, Manzanillo, Tijuana, Zacatecas y Juárez, que encabezan la lista (El Economista, febrero 2024).
De esta manera se podría continuar enlistando encabezados donde queda expuesta la realidad del país; sin embargo, la problemática continúa.
La violencia y la inseguridad se esparcen y se fortalecen, los números son cada vez más alarmantes, y lo peor de todo es que no se observa un plan concreto para controlar lo que hasta ahora ha demostrado ser incontrolable. Para muestra basta un botón.
Sinaloa ha estado bajo los estragos de violencia e inseguridad desde hace meses, y lo único fuera de lo normal fue una bandera blanca ondeando sobre el territorio sinaloense, mientras la población sigue enfrentando pérdidas de seres queridos y pérdidas económicas, ya que varios negocios han tenido que cerrar por la situación tan caótica.
En los municipios de Acámbaro y Jerécuaro, Guanajuato, el 25 de octubre explotaron coches bomba, un hecho que, por sus características, puede denominarse terrorismo.
En Chiapas, el asesinato del padre Marcelo Pérez, sacerdote conocido por su labor humanitaria, se ha convertido en un símbolo de la creciente inseguridad en la región.
Esta no es la vida que deberían vivir los mexicanos; es obligación de las autoridades garantizar la paz y la seguridad de su pueblo, lo cual debería ser su prioridad. Sin embargo, la realidad nos muestra otra cosa.
Es fundamental considerar que esta problemática es producto de causas más profundas, entre ellas la injusta distribución de la riqueza.
No queda otro camino más verdadero que el de luchar organizados hasta que todos vivamos en una patria más justa.
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