La sequía en México se agudiza día a día ante la inacción e indiferencia del Gobierno de la autoproclamada Cuarta Transformación. Mientras amplias zonas del país se resecan, millones de mexicanos padecen la angustia de pasar días, semanas e incluso meses sin poder acceder a ese recurso vital que es el agua.
La respuesta del régimen morenista ha sido la desidia y la negligencia. Las cifras oficiales son elocuentes: el 60 % del territorio nacional está severamente afectado por la falta de lluvias y el agotamiento de los mantos acuíferos.
La falta de agua no es un problema de futuro ni un riesgo lejano: es un drama que millones de familias en todo el país ya están padeciendo en carne propia, día tras día.
En la capital y su zona metropolitana, la escasez reviste caracteres catastróficos. Las principales presas que abastecen al Valle de México no alcanzan a llenar el 30 % de su capacidad.
Analistas advierten que el temido "Día cero", cuando no habrá una sola gota para abastecer a los capitalinos, es un escenario bastante probable en un futuro nada lejano.
En la Ciudad de México, delegaciones enteras llevan más de un año sumidas en la sequía absoluta, con sus habitantes viendo interrumpido por completo el servicio de agua potable.
Las fugas en las redes de distribución se han vuelto incontables, al grado que se calcula que el 40 % del líquido que logra llegar a los hogares capitalinos se desperdicia por este tipo de fallas. La falta de mantenimiento a la obsoleta infraestructura hidráulica es sencillamente inadmisible.
La tragedia se repite, con diversas intensidades, en todos los rincones de la república mexicana. Tomemos el caso del estado de Tlaxcala, que resume a la perfección los estragos de la sequía y la inoperancia gubernamental.
En esta entidad, la principal actividad económica —la agricultura— se encuentra virtualmente paralizada en numerosos municipios debido a la total carencia de agua para los cultivos. Los campesinos se han visto obligados a abandonar sus tierras, engrosando las filas de la pobreza. Los manantiales y pozos profundos que eran la única esperanza de subsistencia para miles de familias, han disminuido drásticamente su caudal hasta en un 80 %.
La situación en las zonas urbanas es igualmente crítica. En la capital, las colonias populares tienen que soportar interminables tandeos de hasta 20 días sin poder abrir las llaves de sus hogares.
La presa Tenextanga, que se suponía debía abastecer a la ciudad de Apizaco, apenas cuenta con un 8 % de sus reservas. La falta de agua amenaza con detener por completo la actividad industrial en corredores tan importantes como Huamantla y Apizaco.
La situación es alarmante en todas las regiones de Tlaxcala. De acuerdo con datos oficiales de Conagua, 17 de los 60 municipios de la entidad ya presentan una disponibilidad de agua por debajo de los límites permitidos. Sus habitantes están literalmente muriéndose de sed.
¿Y la respuesta del régimen de la Cuarta Transformación ante esta emergencia de proporciones bíblicas? La misma que en tantos otros frentes: la inacción negligente, la desatención absoluta, el "no pasa nada".
Es cierto que los estragos del cambio climático global no pueden ser atribuidos únicamente al Gobierno de López Obrador. Pero también es verdad que la crisis hídrica que azota a México no es nueva.
Organismos ciudadanos, académicos, expertos, llevaban años advirtiendo de las consecuencias de la mala gestión, la falta de inversión y las prácticas depredadoras en torno a esta riqueza natural tan preciada. Sus voces de alerta fueron sistemáticamente ignoradas.
El discurso de la Cuarta Transformación prometió resolver todos los problemas ancestrales del país con sus políticas "transformadoras". La realidad es que en el tema del agua, al igual que en tantos otros ámbitos de trascendencia nacional, el Gobierno morenista ha preferido la vía de la improvisación y el populismo facilista.
Se privilegia la retórica hueca y las ocurrencias mediáticas por encima de una verdadera estrategia integral para enfrentar la escasez. No hay un solo gran proyecto hídrico que se esté ejecutando a nivel federal para incrementar la captación de agua pluvial o construir nueva infraestructura para el almacenamiento y distribución de este vital recurso.
Todo se reduce a promesas incumplidas, repartición de pipas con fines electoreros y anuncios esporádicos que no se ven materializados.
Ante la sed que padece la nación, la Cuarta Transformación ofrece una sola respuesta: la indiferencia. Indiferencia criminalmente negligente ante el sufrimiento de millones de mexicanos que, literalmente, se están quedando sin las fuentes de vida más elementales. Indiferencia cínica ante las advertencias de los especialistas sobre la urgencia de revertir este desastre ambiental en ciernes.
La falta de agua no es un problema de futuro ni un riesgo lejano. Es un drama que millones de familias en todo el país ya están padeciendo en carne propia, día tras día. Sin embargo, esta tragedia humanitaria no parece conmover los corazones ni las conciencias de quienes desde Palacio Nacional dicen enarbolar las banderas de la justicia y la igualdad para los más desfavorecidos.
Exijamos a la Cuarta Transformación, y a cualquier otro Gobierno que le suceda, un verdadero plan hídrico nacional de largo aliento. Con visión de futuro, recursos suficientes, esquemas descentralizados y mecanismos de participación ciudadana en su diseño e implementación.
Se necesita un plan que atienda por igual a las grandes urbes y a las comunidades más apartadas. Que privilegie el uso racional sobre la depredación desmedida de nuestros recursos naturales.
Sólo así, con la movilización informada y comprometida de la población, podremos saciar la sed de millones de mexicanos que hoy se debaten entre la indolencia oficial y la desesperación más absoluta. El agua debe volver a correr libre y abundante en todos los rincones de nuestra patria.
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