La salud es un bien muy preciado y caro que, desgraciadamente, no se conserva con las dádivas gubernamentales, aunque vengan en forma de tarjeta bancaria.
Los males que padecemos los pobres son muchos, variados, profundos y hasta graves, especialmente cuando afectan la salud personal o la de algún miembro de la familia.
La producción de bienes que satisfacen necesidades humanas se ha desarrollado a proporciones gigantescas, pero la apropiación de lo producido sigue siendo privada inexplicablemente.
Es común, por ejemplo, que si el padecimiento es leve se recurra, por falta de dinero y no por gusto, a remedios caseros como tés, bicarbonato de sodio, miel, etcétera, o incluso a las hierbas que se venden como remedios naturistas y, si alcanza, a las farmacias de similares, que son la opción económica en medicina de patente.
Pero si el padecimiento tiene complicaciones y afecta órganos internos como riñones, arterias, hígado o corazón, el paciente está prácticamente condenado desde un principio, por su pobreza, a caer en los hospitales públicos que, si corre con suerte, quizá lo reciban, atiendan y prolonguen su vida unos pocos días.
A pesar del esfuerzo y sacrificio del personal médico, de cuidados y administrativo, no alcanzan para salvar a quienes fallecen, en realidad víctimas más de su pobreza que de la incurabilidad de sus males.
Y no es hipotético. Abundan a diario historias desgarradoras que señalan que la detección tardía, la falta de recursos técnicos y quirúrgicos especializados, malos traslados y carencia de infraestructura y equipo para brindar una atención oportuna y de alto nivel, ponen fuera del alcance la cura y solución de los problemas del grueso de la población que, en este caso, somos los pobres.
Es cierto que para consuelo de los que sufren puede darse explicación a los decesos como la materialización de los deseos supremos y de voluntades divinas, o a la mala suerte que nos tocó individualmente para vivir en la miseria, o a la casualidad en la falla del sistema de salud pública, llámese Seguro, Issste, Secretaría de Salud, IMSS-Bienestar, o cualquiera que dependa del gobierno en su obligación de garantizarle a la población salud por mandato de ley, con los impuestos que todos los mexicanos desembolsamos.
Sin embargo, debemos buscar causas más profundas, y podríamos decir que el verdadero responsable de que esto pase es precisamente el sistema socioeconómico.
Tal sistema engendra, por un lado, la pobreza de la mayoría y, por el otro, la concentración de riqueza y poder en tantitas manos; es decir, de cómo está organizada la economía, pues los pobres no tienen salud porque no pueden acceder a ella.
Lo importante de esto no es redescubrir esta verdad evidente, sino recordarla, repasarla y asimilarla, porque en ella reside también, si actuamos en consecuencia, la posibilidad muy real de transformar la realidad si queremos resolver un problema que nos afecta a todos los pobres por igual. No hacernos conscientes de ello nos mantiene indiferentes y despreocupados, entretenidos en cosas quizá más divertidas, pero menos importantes y necesarias. O sea, se trata de entender a cabalidad y luego obrar en consecuencia para transformar esa realidad.
La producción de bienes que satisfacen necesidades humanas, hoy convertidos en mercancías, se ha desarrollado a proporciones gigantescas, primero bajo el auspicio de la propiedad común y luego de la privada de los medios de producción, hasta el lugar elevadísimo en que se encuentra hoy, en el desarrollo tanto de los medios con que se produce como del trabajo, logrando niveles de productividad exorbitantes.
Pero víctima de sus éxitos, esta formación económica también se está agotando como sistema viable de producción, porque la socialización del trabajo ya es casi total, a través de la sociedad global, mientras que la apropiación de lo producido sigue siendo privada inexplicablemente.
Esto choca cada vez más evidentemente y surgen nuevos modelos de sociedades más capaces de gestionar e impulsar este gigantesco desarrollo de las así llamadas fuerzas productivas; modelos que son, desde luego, más justos y humanos, tomando en cuenta que no promueven la esclavización de razas, nacionalidades ni economías, sino que promueven un desarrollo armónico global, buscando, cuando menos a corto plazo, la reducción de las tremendísimas desigualdades causantes de la miseria de más de la mitad de la humanidad y de la pobreza en general.
Esto ya representa una mejora sustancial en la vida de las grandes masas, porque significa, por ejemplo, la salud garantizada para todos de manera efectiva, eficaz y eficiente, como es el caso de China o de Cuba, para no ir a buscar ejemplos muy lejos. Y es que sus gobiernos no le dan dinero a la gente creando la ilusión “óptica” de que reparten mejor la riqueza social, sino que impulsan otro sistema económico, una sociedad nueva y distinta en su organización económica, enfocada no en la ganancia de unos cuantos sino en la solución de los problemas y necesidades de toda la gente de manera efectiva.
Aquí, en México, protesta el personal de salud por las malas condiciones de trabajo y los bajos salarios; protestan los familiares de los enfermos con cáncer por el desabasto de medicinas; se deteriora el sistema de salud pública y reaparecen enfermedades que habían desaparecido en tiempos pasados a pesar de los neoliberales declarados; se está muriendo la gente de enfermedades complicadas por las malas condiciones en el sistema de salud; se muere la gente de enfermedades curables por falta de atención oportuna; se utilizan desechables en vez de mascarillas para oxígeno en los hospitales porque no hay equipo, etcétera, etcétera, etcétera, y no sólo no aparece la salud tipo Dinamarca, sino que no aparece, siquiera, la salud de sexenios pasados.
Estábamos mal antes, sí, pero ahora estamos peor. Y la solución definitiva, desde mi punto de vista, no está en otro lado sino en organizar de otra manera la sociedad, su estructura económica que, por su naturaleza capitalista actual, persigue sólo la máxima ganancia para acumular capital a costa de los trabajadores directos y de toda la sociedad.
Creo que debe ser puesta en el sitio de los trastos viejos y reemplazada por otra que realmente respete los derechos de la sociedad, incluida la de su propiedad de las fuerzas productivas sociales, y por tanto la de los frutos, para que pasen a ser disfrutados por todos, de tal forma que el hombre viva con respecto a otros hombres, como lo que es: uno más de la misma especie, un hermano. Y entre ellos, en primerísimo lugar, el de la salud y la vida.
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