En dos publicaciones anteriores, insistí en que el aumento de la inconformidad social en el país, que se evidencia con las manifestaciones de maestros, de jóvenes de la “Generación Z” y de productores agrícolas, demuestra que la oposición entre el gran capital y las clases trabajadoras es ya irreconciliable.
Asimismo, manifesté el peligro de que esta creciente polarización social sea aprovechada o alentada por el intervencionismo imperialista.
En ese tenor, comenté que, al interior de varias organizaciones y asociaciones de productores en Guerrero, discutíamos al respecto de la problemática del campo. Hoy, gran parte de ellas se ha sumado al Frente Nacional para el Rescate del Campo Mexicano (FNRCM).
Los productores que hoy se manifiestan combaten, pues, contra los monopolios agrícolas. Por ello, es un equívoco esperar que sus demandas sean resueltas desde las reformas que promueve el Estado mexicano.
El 20 y 21 de noviembre se realizó una reunión con los diputados José Armando Fernández Samaniego, Magda Erika Salgado Ponce y Alfonso Ramírez Cuéllar en el Congreso de la Unión, a la que tuve la oportunidad de asistir.
Ahí se propusieron dos mesas de trabajo: la primera, para plantear sus peticiones de revisión a la reforma de la Ley General del Agua y la Ley Nacional de Aguas; la segunda, para la discusión de lo que, se dijo, sería un “Nuevo Modelo de Desarrollo Agropecuario” en el país.
Pude presenciar, pues, la petición de los sectores sociales que forman el FNRCM, de que sus observaciones se incluyeran en la reforma de Aguas; que se excluyan los granos básicos del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (TMEC); que se forme una Banca de Desarrollo que otorgue créditos accesibles a los productores; y que se brinde seguridad en carreteras a los transportistas y se hagan adecuaciones a los procedimientos judiciales en materia de delitos en su contra.
Por esta razón, puedo decir que conozco, de primera mano, la “disposición al diálogo” con que el gobierno federal intentó desactivar los bloqueos que duraron cuatro días y escalaron a la toma de la aduana del Paso Texas, en Chihuahua.
Es en ese contexto que vierto mi opinión al respecto, desde mi posición de militante de una organización que se identifica claramente con quienes combaten los excesos del gran capital, como lo hacen hoy los productores, aunque no compartamos su forma de lucha, por cuanto esta se enmarca en el ámbito de la espontaneidad y de la falta de comprensión de las causas profundas que provocan la problemática que los afecta y, por tanto, del instrumento de lucha que estas causas y su combate exigen.
Considero que hay desconocimiento de su realidad como sector productivo, realidad determinada por el desarrollo histórico del modo de producción capitalista en su conjunto y por su dependencia con respecto del capitalismo norteamericano.

Esto explica que no hayamos tenido como objetivo lograr la soberanía alimentaria ni convertir a la producción agrícola en punta de lanza de nuestro ascenso como un país emergente. Comprender este peculiar desarrollo permitirá, a su vez, entender las políticas neoliberales que, a partir del gobierno de Salinas de Gortari (1988-1994), contuvieron a la pequeña burguesía manufacturera y, en especial, a la agrícola, otorgándole subsidios, programas, créditos y proyectos productivos, al mismo tiempo que este sector sirvió de apoyo al sistema de partidos políticos en la época moderna.
Pero con la descomposición de estos, el capital requirió un proyecto gubernamental que recogiera la inconformidad de las masas populares, haciéndolas sentir el centro de su proyecto de gobierno, lo cual complementó con programas de transferencia monetaria directa que les hicieron creer que, en efecto, el desarrollo había llegado, prestándose con ello a ser el soporte electoral de la “Cuarta Transformación”.
Era de esperarse, pues, que aquellos perdieran, tarde o temprano, la competencia por su atraso productivo, derivado de la nula inversión en investigación y tecnología aplicada a la producción agrícola; por la falta de programas gubernamentales ante su poca utilidad política y la falta de interés por desarrollar el sector; y por la ampliación de la cuota de mercado de los monopolios norteamericanos.
La prueba de ello es el crecimiento ininterrumpido de las importaciones de maíz blanco que, entre enero y agosto, según la Agencia Nacional de Aduanas de México (ANAM), fue de 268 %, pasando de 210 mil a 760 mil toneladas; en contraste, en 2024, la producción de maíz fue de 23 millones de toneladas, la cifra más baja desde 2014, La Jornada, 18 de diciembre del 2024.
Los productores que hoy se manifiestan combaten, pues, contra los monopolios agrícolas. Por ello, es un equívoco esperar que sus demandas sean resueltas desde las reformas que promueve el Estado mexicano que, sometido, permite que el capital extranjero, siguiendo la ley del desarrollo del capitalismo mundial, arruine a los pequeños y medianos productores comerciales.

No están entendiendo su lugar histórico como sector y se dejan engañar por el falso discurso de la democracia, que se sostiene sobre una ilusoria igualdad que no puede existir porque el hambre incesante de crecimiento y, por tanto, de ganancias del gran capital, sólo puede mantenerse con la desaparición de sus competidores.
Es cierto que la difícil situación del gobierno de Claudia Sheinbaum, que se debate entre una rampante corrupción, la violencia descontrolada y la presión comercial estadunidense, no ha podido contener las manifestaciones, simulando que recoge el sentir de los productores, mientras ajusta la Ley de Aguas al “Plan México”, que busca atraer a las empresas nearshoring, mediante el compromiso de garantizarles el agua.
Pero la naturaleza de su movimiento los coloca a merced del poder del Estado y su aparato de gobierno, que buscará desactivarlos, desgastarlos o cooptarlos, con las mil maneras que su longeva existencia como sistema dominante les ha permitido perfeccionar.
Carlos Marx dijo en el Manifiesto del Partido Comunista en 1848, con respecto a las luchas obreras al interior del modo de producción capitalista: “A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero.
El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros”. Por tanto, lo que la realidad exige es la sustitución del neoliberalismo que hoy impera en el capitalismo mexicano por un modelo económico menos rapaz y con disposición a implementar una distribución más equitativa de la riqueza social.
Pero ello requiere el ascenso de las clases populares al poder, para lo cual se necesita una fuerza social con una estructura organizativa homogénea, construida sobre un proyecto claro de país, que surja de un análisis científico de la sociedad que nos arroje el conocimiento de la etapa de desarrollo en que estamos y, sobre todo, entender qué es lo que se puede y se debe construir en este momento histórico del país.
Una verdad, cruel pero cierta, es que esto no se puede lograr sobre la nostalgia de un campo mexicano idílico, pugnando por la autosuficiencia alimentaria que no está en interés del capitalismo mexicano. Los pequeños campesinos, que empezaron a disminuir en cantidad hace mucho, no sienten esta demanda como suya; por lo tanto, el sector de la pequeña y mediana producción comercial se enfrenta sólo a los monopolios agroalimentarios nacionales e internacionales.
No opinamos desde la comodidad de nuestro escritorio o nuestro hogar, sino desde la lucha entre las masas durante 50 años, armados con un análisis científico de nuestra realidad, no como quienes sienten que tienen la verdad en las manos, pero sí como una expresión política dispuesta a sumarse a la construcción de ese partido de nuevo tipo que la realidad mexicana está exigiendo.
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