El jueves 5 de octubre, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) dio a conocer la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI) 2022.
Sus cifras deberían causar indignación, y el gobierno de la “cuarta transformación” debería decir qué está haciendo para abatir este problema. Pero ha guardado silencio.
Al presidente Andrés Manuel López Obrador no le interesa atender los grandes males que aquejan al país. Su narrativa —y así lo ha demostrado en sus conferencias matutinas— es que “el pueblo está feliz, está contento”. Para comprobar sus dichos, muestra casi cada mes una encuesta que lo ubica como el segundo más aceptado del mundo, y su descaro no tiene reparo al afirmar “no es por presumir”.
Pues bien, mientras López Obrador y la 4T viven en su mundo, la realidad del país es otra. El trabajo infantil en México ha crecido durante los últimos años: hoy son 3.7 millones de niñas, niños y adolescentes los que trabajan, principalmente en el campo, la construcción y el comercio ambulante.
La ENTI 2022 revela que el 13.1 por ciento de los menores de edad en México realiza algún tipo de trabajo, lo que representa un incremento de 1.7 por ciento respecto a la última encuesta; la de 2019. Según las cifras, el 60 por ciento está compuesto por hombres y 40 por ciento por mujeres.
La ENTI 2019 reportó en aquella ocasión que 3.3 millones de niños trabajaban, lo que significa que incrementó en 462 mil 472 menores para 2022.
En tanto, en ocupaciones no permitidas, laboran 2.1 millones de niñas, niños y adolescentes en el país. A este universo se sumaron 114 mil 234 menores respecto a lo reportado en 2019, por lo que la tasa de ocupación infantil no permitida pasó de 7.1 a 7.5 por ciento.
Mientras López Obrador vive en su mundo, la realidad del país es otra: el trabajo infantil en México ha crecido en últimos años, a tal grado que son 3.7 millones de niñas, niños y adolescentes los que trabajan.
El Inegi considera trabajo infantil la participación de niñas, niños y adolescentes de 5 a 17 años en ocupaciones no permitidas para su edad. Estas pueden ser en la producción de bienes o servicios que se comercian, o actividades económicas peligrosas para ellas y ellos.
Aunque la encuesta trata de matizar los datos, al señalar que el 31.5 por ciento de los menores de edad que trabajan “por gusto o sólo por ayudar”, el 22.7 por ciento lo hace para “pagar su escuela o sus gastos personales”; un 18.4 por ciento “porque en su hogar necesitan el aporte”; otro 15.2 por ciento “para aprender un oficio” y el 12.2 por ciento “para pagar deudas”.
De la misma forma, el Inegi incluyó en la medición a los quehaceres domésticos como parte del trabajo infantil, entendidos como aquellos que realizan en sus propios hogares en condiciones no adecuadas y de manera no remunerada.
Según la institución, no todo trabajo doméstico es inadecuado para los menores de edad. Por ejemplo, ayudar a poner la mesa, tender la cama, recoger su cuarto, entre otros, corresponde a las responsabilidades del hogar.
Sin embargo, dejando de lado las tareas propias de un hogar, como las arriba mencionadas, es decir, aquellas que ayuden a los niños a ser responsables y autosuficientes, quiero centrarme en los menores que trabajan por necesidad, los que no tienen de otra y ven en el trabajo la única posibilidad para salir adelante.
A estos pequeños, se les limita su desarrollo en todos los sentidos; dejan de sonreír, tienen preocupaciones y, sobre todo, dejan de estudiar.
El estudio y la preparación sin duda es ya parte importante del desarrollo de un país, de lo contrario, se condena a seguir siendo mano de obra y no de conocimiento.
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