Nos han repetido hasta el cansancio que las naciones compiten entre sí por el control de los mercados, que las tensiones entre potencias, los aranceles y los tratados comerciales son estrategias de defensa económica.
Nos presentan estos conflictos como si fueran batallas entre países que buscan proteger a su gente. Pero si seguimos el rastro del dinero, la verdad es mucho más cruda: las guerras no son entre países, son entre corporaciones.
Cuando un país impone aranceles, las grandes empresas no reducen sus ganancias, simplemente trasladan los costos a los trabajadores.
Detrás de cada supuesto enfrentamiento comercial hay empresas buscando acaparar recursos, reducir costos y asegurar mercados. Y en esta dinámica, los gobiernos no son agentes neutrales, sino administradores del capital.
Son ellos quienes legislan para facilitar la explotación, quienes garantizan que los recursos naturales sean accesibles a los grandes inversionistas y quienes aseguran que las condiciones laborales se mantengan dentro de los márgenes de explotación aceptables para el sistema.
El capital no tiene patria, pero sí necesita Estados que lo protejan. Cuando dos multinacionales chocan por el control de una industria, no son las banderas las que entran en disputa, sino las ganancias.
Sin embargo, para sostener la ilusión de que cada nación pelea por el bienestar de su pueblo, los gobernantes se presentan como defensores de los intereses nacionales. Mientras tanto, firman acuerdos, modifican leyes y establecen tratados que solo benefician a los dueños del dinero.
México no es la excepción. La Cuarta Transformación se ha presentado como un gobierno para el pueblo, con el eslogan de “primero los pobres”, pero en la práctica, las decisiones de la presidenta contradicen esa promesa.
Frente a la postura de Donald Trump y su visión proteccionista de la economía, el gobierno mexicano ha hecho lo que históricamente han hecho sus antecesores: ceder. Los acuerdos comerciales con Estados Unidos siguen beneficiando a las grandes empresas antes que a los trabajadores.
Las condiciones laborales en la industria manufacturera, la agroindustria y la maquila no han mejorado sustancialmente, pero sí se han garantizado incentivos para que las empresas extranjeras continúen explotando la mano de obra mexicana.
En cada negociación comercial, el bienestar de los trabajadores es lo último en la lista de prioridades. Es aquí donde se revela la contradicción del discurso oficial.
Por un lado, se habla de justicia social, de fortalecer el mercado interno, de mejorar las condiciones de vida de los sectores más desfavorecidos. Por otro lado, las decisiones políticas siguen apuntalando un modelo económico que favorece al gran capital.
Se protege la inversión extranjera, se garantizan acuerdos que aseguran la “confianza de los mercados”, pero los trabajadores continúan en condiciones precarias.
La narrativa de las guerras comerciales sirve para ocultar la verdadera confrontación: la lucha de clases. Nos quieren convencer de que la competencia entre países afecta a todos por igual, como si un trabajador y un empresario vivieran la misma realidad.
Sin embargo, cuando hay un conflicto comercial entre naciones, las pérdidas nunca son para los dueños de las fábricas, sino para quienes trabajan en ellas. Cuando un país impone aranceles, las grandes empresas no reducen sus ganancias, simplemente trasladan los costos a los trabajadores.
Se reducen salarios, se precarizan las condiciones laborales y se presiona a los gobiernos para flexibilizar regulaciones. En el fondo, lo que llaman “guerra comercial” es solo un ajuste de cuentas entre élites económicas, donde el pueblo siempre paga la factura.
El problema no es sólo este gobierno, es el modelo entero. Mientras el capital dicte las reglas, los gobiernos obedecerán. No importa si el discurso es de izquierda o de derecha, al final las decisiones siempre favorecen a los mismos.
La única forma de romper este ciclo no es esperar un cambio desde arriba, sino construirlo desde abajo. Porque no hay guerras comerciales, hay lucha de clases. Y si no nos organizamos, sólo seguiremos siendo el botín de los mismos de siempre.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario