Las hordas hitlerianas entraron a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) desde Polonia un aciago 22 de junio de 1941. Al principio todo parecía estar perdido, la URSS sería derrotada, desmembrada y sus hijos esclavizados para siempre. Pero los rusos ya habían resistido antes a Napoleón en 1812, a los japoneses en la guerra ruso-japonesa de 1904 y 1905, a los ingleses y norteamericanos que encabezaron a la reacción interna en la llamada Guerra Civil contra los bolcheviques entre 1917 y 1923 y, echando mano de un indómito amor por su madre patria que ahora era gobernada por los que producían la riqueza, en una lección universal, defendieron Moscú, su capital, soportando un sitio infernal que en su fase más complicada duró cerca de seis meses. Ahí cambió el curso de la guerra.
Pero estaba lejos de terminar. Hubo todavía que resistir otro sitio monstruoso en Stalingrado y pagar heroicamente sólo ahí con dos millones de soviéticos muertos; muchas de las informaciones “occidentales” refieren la cantidad de muertos de “ambos bandos” igualando maniobreramente la diferencia abismal entre invasores e invadidos, entre agresores y agredidos. Los alemanes en Stalingrado se rindieron ante una resistencia formidable, el 31 de enero de 1943. Tenían rota la columna vertebral. Pero faltaban todavía innumerables batallas y desgracias hasta la rendición de la Alemania nazi el 9 de mayo de 1945.
Mientras la URSS resistía y perdía a 27 millones de sus hijos asesinados o muertos por hambre por las hordas hitlerianas, ¿cuántas batallas de gran calado libraban Estados Unidos, Inglaterra o algún otro país capitalista? Ninguna. Guerreaban limitadamente en el norte de África y en la zona del Pacífico, esperando. ¿Esperando qué? Yo, con otros, con muchos otros, afirmo que aguardaban pacientemente la caída de la Unión Soviética y el debilitamiento de Alemania para pasar a recoger los pedazos y cumplir su sueño imperialista de expansión y conquista. Para bien de la humanidad y con altísimos costos en vidas de hombres, mujeres y niños, su plan fracasó.
Nadie, pues, debe sorprenderse de que hayan abierto el Segundo Frente para acometer a la Alemania nazi hasta el 6 de junio de 1944, cuando estuvieron absolutamente seguros de que Alemania se hundía y el Ejército Rojo pronto entraría a Berlín. Tampoco debe ser una sorpresa que los jirones del ejército alemán que huían despavoridos buscaran afanosamente rendirse pronto e incondicionalmente… ante los generales norteamericanos e ingleses, no ante los del Ejército Rojo de la URSS, y menos todavía es inexplicable que importantes jefes de los asesinos nazis hayan obtenido protección y abrigo, una nueva identidad y trabajo y hasta buen dinero y honores en los países capitalistas.
Cito lo que escribió al respecto Eric Lichtblau, ganador del premio Pulitzer en su libro “The Nazis Nextdoor. How America became a safe haven for Hitler´s men”. “Con la derrota de Hitler, la huida de los nazis a Estados Unidos no hizo más que acelerarse. Quizás nunca se conozca el número real de fugitivos, pero la cantidad de inmigrantes de posguerra con claros vínculos con los nazis probablemente superó los diez mil, desde guardias de campos de concentración y oficiales de las SS hasta altos responsables políticos del Tercer Reich, líderes de estados títeres nazis y otros colaboradores del Tercer Reich. Algunos entraron abiertamente. Por la puerta principal entraron más de mil seiscientos científicos y médicos nazis, hombres que fueron reclutados con entusiasmo por el Pentágono para Estados Unidos”. Los protegieron porque eran su creación, porque eran sus pavorosos instrumentos de conquista.
No debe olvidarse ni dejar de gritarse, empero, que sólo en los dos últimos años de la guerra siete millones de heroicos soldados soviéticos lucharon por liberar del yugo nazi a once naciones de Europa con una población total de 113 millones de habitantes esclavizados. Sólo con muy mala fe y peores intenciones puede decirse que ahora Rusia agrede a Ucrania y pretende anexarla. Nada de eso. Se defiende. Se ha defendido exitosamente de la agresión de Estados Unidos y los otros 31 países imperialistas agrupados en la Organización del Atlántico Norte (OTAN) que, como en la Primera Guerra Mundial, han usado a los trabajadores ucranianos para sus proyectos imperiales de destruir y colonizar a Rusia y a China. Pero han topado con pared. Rusia se ha defendido, Rusia ha ganado la guerra.
Estados Unidos está en crisis, reconoce que no produce lo que debiera producir y está tratando de reindustrializarse, no tiene suficiente dinero para sostener a su gobierno, no tiene empleos suficientes para todos los inmigrantes que ha estado aceptando durante años, sus dólares ya no tienen respaldo en oro, el 25 por ciento del comercio mundial ya no se realiza en dólares y no tiene las armas eficaces que ha mostrado Rusia.
Europa, por su parte, se dedica a las bravatas contra Rusia, pero está en terapia intensiva porque ya no cuenta con el petróleo ni con el gas baratos que antes le vendía Rusia y no tiene ni las armas, ni el dinero ni la población unida y disciplinada para desatar una nueva guerra.
Así de que el nazismo es una forma de imperialismo. Los más conspicuos imperialistas lo engendraron, lo hicieron crecer, lo fortalecieron y lo aventaron contra el primer experimento socialista de los largamente explotados trabajadores del mundo. Así debe entenderse que importantes círculos, sobre todo de la oligarquía europea, quieran que siga la guerra en Ucrania, que los ucranianos se sigan muriendo por ellos o, cuando menos, amaguen con mandar tropas a Ucrania. Sueñan todavía con el poderío nazi, tienen cobijados a viejos nazis y engendran y pagan a nuevos, pues el nazismo, como una forma del imperialismo está maltrecho, pero vivo.
Así entiendo que derriben las estatuas que recuerdan a los héroes soviéticos, que traten de honrar vergonzosamente a los asesinos nazis y que les salgan ronchas porque, después de la caída de Saigón y la vergonzosa huida de los norteamericanos de Kabul, en Ucrania se atestigua otra derrota del imperialismo. Una más. Así entiendo que no vayan a Moscú a los 80 años de la derrota del nazismo, que boicoteen los festejos y hasta que amenacen con bombardear el desfile.
Imposibilitado para acompañar físicamente al pueblo ruso en esta memorable ocasión, pues mis compañeros antorchistas y yo tenemos que librar nuestra propia lucha, confieso que mi pensamiento y mi corazón estarán en Moscú el 9 de mayo, humildemente formados hasta atrás de todos, mirando pasar a los admirables herederos de la patria que construyeron Lenin y Stalin, porque, a pesar de todas sus deficiencias de líderes, de ellos son creación los que, otra vez, poniendo su pecho y el de sus hijos, han vuelto a defender a los trabajadores del mundo del nazismo, odiosa forma del odioso imperialismo.
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