No hay ya para dónde hacerse. Una vez que el gobierno anterior no acabó con la pobreza como se había comprometido y, por el contrario, la incrementó al aumentar el número de pobres, persistir en el mismo rumbo está llevando a situaciones más difíciles y complicadas para las grandes masas de trabajadores, que somos la gran mayoría de los habitantes del país. Una situación que requiere, sin duda, una solución.
Lo que demuestra la práctica es que el modelo económico seguido y encabezado por la 4T, que no es otro sino el neoliberalismo, ha probado su inoperancia.
En efecto, ya quedó claro que al meterle tanto dinero público —del que pagamos en impuestos los ciudadanos al gobierno— más lo que este obtiene por la venta de nuestro petróleo, etcétera, destinado sobre todo al pago de ayudas monetarias directas y programas asistenciales de corto plazo, se buscaba “resolver” el problema de la pobreza. Esto no sólo es un error, sino que agrava la situación, pues equivale a echarle dinero bueno al malo.
Nunca apareció el dinero del multimillonario ahorro, producto del supuesto combate a la corrupción con el que se soñaba financiar todos los programas y proyectos de la llamada 4T.
Ese pretexto resultó ser sólo eso: un pretexto para desaparecer instituciones y organismos públicos descentralizados no afectos al gobierno, los cuales servían en alguna medida, como el INAI, el Seguro Popular, las guarderías, las escuelas de tiempo completo, los medicamentos para enfermos con cáncer, etcétera.
A eso se debe que el gobierno haya tenido que echar mano de rubros tan importantes como el ramo 23, con el que los municipios y estados podían hacer obra pública para los ciudadanos —como la construcción de clínicas u hospitales, escuelas, pavimentaciones, drenajes, etcétera—, y que ahora simplemente son inexistentes.
Si el ciudadano de a pie quiere gozar de aquellos servicios, debe desembolsar de su propio dinero o resignarse a padecer su ausencia. Además, existen otras consecuencias negativas para los pobres, aunque no detecten las causas profundas, como el no crecimiento o el franco retroceso general de la economía —el PIB—, que afecta la economía personal de cada quien.
Por ejemplo, repercute en la creación de empleos: si hay crecimiento del PIB, hay inversiones productivas que generan fuentes de empleo directo e indirecto. Asimismo, al haber mayor generación de riqueza, hay más ganancias, lo que incrementa la posibilidad de recaudar más impuestos y, en consecuencia, realizar más obras y mejores servicios para la población en general.
A mi entender, lo que demuestra la práctica es que el modelo económico seguido y encabezado por la 4T, que no es otro sino el neoliberalismo, ha probado su inoperancia. Por eso, en el nuevo paquete económico —que contempla tanto la Ley de Ingresos como el Presupuesto de Egresos de la Federación— han tenido que recortar recursos en cuestiones primordiales para seguir sosteniendo su popularidad con incrementos a las ayudas y transferencias monetarias directas.
Esas medidas, aunque acarrean votos y simpatías por razones obvias, sin las políticas necesarias para hacer funcionar adecuadamente la economía nacional, se convierten a la larga en fuente de nuevos problemas. Se necesita una solución económica y política.
En lo económico, es necesario crear suficientes empleos, pagar salarios remuneradores, implementar una política fiscal progresiva y reorientar el gasto público.
En lo político, se requiere un gobierno que represente los intereses del pueblo y que esté decidido a llevar a cabo este programa económico. Solo así se lograría un avance importante en la redistribución equitativa de la renta nacional entre todos los mexicanos, quienes la generamos y, por tanto, tenemos derecho a ella.
Esto sólo lo puede hacer un partido de nuevo tipo, un partido auténtico formado y constituido por el pueblo, como lo es, sin duda, el Movimiento Antorchista Nacional.
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