MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Reflexiones en tiempos de graduaciones y clausuras

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La alegría natural de que nuestros hijos o familiares concluyan un grado académico, un nivel académico o una carrera nos lleva a expresar manifestaciones de entusiasmo y ánimo hacia los egresados, llevados por ese impulso. 

Pero es conveniente, con el mismo motivo, detenernos unos minutos a reflexionar sobre lo que ocurre con la educación en México. Tal es la pretensión de esta publicación.

Ciertamente, como se dio a conocer en junio por los medios noticiosos: de 2019 a 2023, 1 millón 144 mil alumnos abandonaron la educación básica, desde preescolar hasta secundaria.

Llegamos tarde al capitalismo, cierto, pero Rusia y China también; el atraso de sus pueblos era igual o más grande que el nuestro cuando se hicieron las respectivas revoluciones.

Eso dice la nota, pero habrá que agregar —dato sólo del ciclo 2022-2023— que más de 400 mil estudiantes de bachillerato hicieron lo mismo, abandonar sus estudios; y más aún: el 78 % de quienes concluyen secundaria ingresan a la prepa, o sea que cerca de un millón en ese mismo ciclo no abandonaron estudios porque ni siquiera entraron al nivel de prepa.

En números agregados podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que son varios millones, de tres para arriba, los jóvenes que se quedan sin estudiar porque no se inscriben o porque ya inscritos, abandonan.

Es verdad conocida internacionalmente que quienes logran permanecer en el aula, tienen una clarísima desventaja, rezago, comparado con los otros países de la OCDE, en áreas del conocimiento como las Ciencias, Tecnología, Innovación y Matemáticas. Áreas fundamentales para el desarrollo científico y tecnológico de cualquier país.

Dos datos más, para documentar nuestro optimismo: el promedio de escolaridad en nuestro país es de 9.7, es decir, el mexicano promedio no llega a primero de prepa (no por culpa de él, aclaro), mientras que en países como Canadá (nuestro socio comercial) seis de cada diez adultos tienen una carrera.

La inversión en educación en el sexenio fue muy escasa y mal dirigida: se congeló a las universidades, la ciencia, el arte, el deporte y la cultura, todos ellos elementos esenciales en la formación del hombre, sobre todo si pensamos en la formación de un mexicano a la altura de nuestro tiempo. 

La Ley de Educación mandata que se debe invertir en educación cuando menos el 8 % del PIB, y esta, como muchas otras leyes en nuestro país, es letra muerta.

He ahí nuestra realidad educativa.

Y bien, el Gobierno “revolucionario” de la 4T en lugar de corregir esta situación y enrumbar a México en el camino de una revolución educativa —que es lo que necesitamos— apostó todos sus esfuerzos a dos proyectos:

Las universidades del Bienestar, verdaderas universidades patito; olvidando el Gobierno que una universidad, para que se precie de serlo, debe cumplir tres funciones sustantivas: docencia, investigación y extensión universitaria, y debe responder a las necesidades del desarrollo del país, siendo fruto de estudios y planeaciones concienzudas y no de la improvisación. 

El otro, las becas universales en el bachillerato, becas que no alcanzan los 30 pesos por día para el becario y que, por tanto, no resuelven el problema de la familia en el terreno educativo, ni del estudiante tampoco y no inciden, por tanto, ni en aumentar el ingreso al nivel, ni en disminuir la deserción, ni mucho menos en mejorar la calidad académica.

El tema educativo, pues, es uno más de los grandes fracasos de la 4T en su “primer piso”, si de evaluar resultados se trata.

Dos ideas más, para concluir mis reflexiones.

A la luz de lo ocurrido en este sexenio, está claro que revolucionar la educación, cambiar todo lo que tiene que ser cambiado, como dijo Fidel, no es una tarea que los mexicanos podamos dejar en manos del Gobierno; cuando menos no en el de la 4T y los viejos partidos tradicionales hoy desplazados. 

Es, por el contrario, una tarea que impostergablemente deben tomar en sus manos con el mayor vigor y la mayor energía, los maestros —que siguen siendo mal pagados—, los padres de familia —siempre afectados— y sobre todo, los estudiantes de todos los niveles, tomando en cuenta que la historia no está preescrita, que la historia la hacen los hombres, con sus acciones, los hombres de hoy, con su actuación real, actual.

Y, finalmente, un recordatorio: se pertenezca a aquellos que comulgan con el socialismo, con una sociedad de nuevo tipo; o a los que quieran hacer de México un país capitalista desarrollado; es decir, procapitalistas o prosocialistas, de todos modos no habrá cambio en nuestro país, o sea, elevación, desarrollo, ni no hay primero o al mismo tiempo, una revolución educativa. 

Llegamos tarde al capitalismo, cierto, pero Rusia y China también; el atraso de sus pueblos era igual o más grande que el nuestro cuando se hicieron las respectivas revoluciones, y hoy esos países lideran al mundo en robótica, inteligencia artificial y se yerguen también como líderes políticos.

Alemania, viendo a los capitalistas, como botón de muestra, hasta 1870 era un puñado de principados feudales, y unos decenios después era la economía más poderosa del planeta. En todos esos casos, el impulso a la educación, la ciencia y la tecnología fueron ejemplares.

No hay duda: o la sociedad mexicana revoluciona la educación o nos resignamos a vivir eternamente en la pobreza y el subdesarrollo.

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