Para los que no se nos olvida que desde un principio el presidente Andrés Manuel López Obrador repite, una y otra vez, expresiones como “gobernar no es tan difícil, no es una ciencia”; o “la mejor política económica, es la política”, afirmaciones que nos remiten a los años 70 del siglo pasado, no nos extraña que en vísperas del regreso a clases presenciales, la secretaria de Educación Pública (SEP), Delfina Gómez Álvarez, aún desconozca cuántas escuelas no están en condiciones de reabrir el 30 de agosto, cuando arranca el ciclo escolar 2021-2022.
El mandatario federal en lugar de construir un gobierno de especialistas y probados conocedores de la función pública prefirió a simpatizantes, seguidores y aplaudidores, carentes de conocimiento y de experiencia para encabezar las distintas áreas del gobierno. Entonces tenemos a un gabinete repleto de admiradores del profeta, pero en muchos sentidos ignorantes del área que se supone debiera ser su especialidad. Por lo que es explicable que la titular de la SEP, con el fin de dar cumplimiento las indicaciones de su jefe e ideólogo, esté convocando a los padres de familia, maestros y maestras, sin presupuesto de la federación, a participar en la limpieza y mantenimiento de los centros escolares para el regreso a las aulas. Tareas que es obvio, le corresponden al gobierno federal.
Seguramente los defensores de López Obrador, que no es una excepción que existan en la “Cuarta Transformación” pues siempre habrá quien defienda a los poderosos, podrán argumentar que es positivo que los diferentes sectores participen en las actividades escolares, ya que el gobierno no puede dar todo. Pero ¿Es correcto y viable que los padres de familia y el magisterio absorban muchos de los costos que implica el mantenimiento de los centros educativos? Desde mi modesto punto de vista es, no.
Hasta el mismo sentido común hace ver que por muy buena que sea la participación de los padres de familia, como pide Delfina Gómez, éstas serán siempre limitadas e insuficientes para hacer las reparaciones que requiere la infraestructura educativa y sobre todo estar llevando a cabo, en todo momento, las acciones para garantizar condiciones de sanidad para evitar contagios. De tal manera que el llamado de la funcionaria federal, además de ser otra carga laboral para las amas de casa y los padres, más bien se busca echar sobre sus hombros otra responsabilidad, y sobre ellos recaerán las consecuencias de la falta o mal funcionamiento de los servicios que faltan, sobre todo agua potable para el constante lavado de manos.
En efecto, una señora cansada de las labores del hogar o cualquier otro trabajador por mas empeño que pongan para tratar de mantener en buen estado una escuela, no podrán reparar las instalaciones hidráulicas y sanitarias, instalación eléctrica u otros trabajos, a lo mejor no porque no sepan hacerlo, sino porque se necesitan materiales y herramientas. No hay duda, la estrategia del Gobierno federal para reparar las escuelas es otra de sus ocurrencias y otro fracaso más.
El problema del abandono casi total de las escuelas de los gobiernos del color que sean no es nuevo. Desde hace varios años se viene denunciando, por diversos medios, que a lo largo y ancho del país, muchos planteles estaban insufribles. Los alumnos que realmente querían estudiar hacían titánicos esfuerzos para desenvolverse en un entorno por demás desagradable, carente de todo. Patios, en donde los estudiantes “disfrutaban su recreo” estaban llenos de basura y agua por las lluvias de temporada, convertidos en centros de infección. Paredes graffiteadas, basura, baños incompletos, pestilentes y sucios. Bebederos mugrosos, sin las llaves que se necesitan para un buen servicio. Es el cuadro que se apreciaba a simple vista cuando los ciudadanos llegábamos a visitar algunas de las escuelas, estaban, como se dice comúnmente “para llorar”.
Ahora estamos peor. Muchos planteles fueron desvalijados por ladrones durante el ciclo virtual por la pandemia de covid-19. En varias escuelas, se llevaron todo: las bombas de agua, tubería, ventanas y puertas de aluminio, las llaves, lockers de maestros, pupitres y hasta cercas de malla ciclónica que los delimitaban. Los vidrios de algunos salones están rotos, hay ventanas con el aluminio suelto. Los vándalos hicieron boquetes en las bodegas para llevarse las podadoras, cubetas y herramienta. Incluso se habla de puertas de seguridad forzadas. Al igual que antes de la pandemia y la “Cuarta Transformación”, en muchos planteles, no hay luz ni agua. También se robaron los ventiladores de las aulas. O sea, las escuelas están para llorar en este regreso a clases.
En Jalisco, la Secretaría de Educación Estatal registra que el 6.61 por ciento de los planteles públicos de educación básica en Jalisco fueron robados o vandalizados durante la pandemia. De los 9 mil 64 planteles, son 600 los que presentan problemas. De ellos, 217 sufrieron daños de mayor gravedad relacionados con la infraestructura. Por otra parte, persiste uno de los problemas más añejos y dolorosos. 590 escuelas carecen de conexión a la red de agua pública, se trata de planteles a las que se les provee el vital líquido, a través de pozos, manantiales o ríos. La mayoría de estos planteles se ubican en localidades donde la posibilidad de conectarse a la red de agua pública es nula. Los municipios con mayor cantidad de escuelas a las que se les suministra agua de dicha forma son Mezquitic con 44 planteles; San Juan de Los Lagos con 41 y Cuquío con 26.
Ante el lamentable panorama en materia de infraestructura educativa. Debemos entender que es sumamente irresponsable convocar a miles de padres de familia al aseo de las escuelas, que están para llorar, en medio de lo que los especialistas han denominado la tercera ola. Es momento de que el pueblo de México respalde con todos los recursos a su alcance a los maestros y estudiantes que exigen mayores recursos de la federación para habilitar o rehabilitar los espacios físicos, así como, vacunas para todos los estudiantes de todos los niveles educativos.
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