Estos esfuerzos, aunque paliativos, destacan la urgencia de redoblar y reorientar las estrategias públicas para enfrentar un desafío de dimensiones históricas
La falta de una vivienda digna es una de las carencias más grandes que sufrimos las familias trabajadoras de nuestro municipio y del estado. Es una necesidad urgente que no puede seguir esperando.
Las cifras sobre la pobreza en México pueden parecer sólo números, pero detrás de cada porcentaje hay historias reales de niños y jóvenes cuyo futuro está en peligro. Cuando miramos cómo la pobreza afecta específicamente a los más pequeños, los datos dejan de ser fríos y nos muestran una realidad que duele: la pobreza no es sólo falta de dinero hoy, es una cadena que pasa de padres a hijos, robando oportunidades a las nuevas generaciones.
Cada 17 de octubre, el calendario nos recuerda una herida que no cierra: el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. Es una fecha para la reflexión, pero, sobre todo, para la acción. Sin embargo, en México y en estados como Durango, las cifras convierten esta conmemoración en un amargo recordatorio de la lentitud con la que avanzamos contra un flagelo que lacera la dignidad humana.
Las imágenes son desgarradoras: casas de lámina sepultadas en lodo, calles convertidas en ríos, familias enteras hurgando entre los escombros de lo que alguna vez fue su hogar. Los estados de Veracruz, Hidalgo, Puebla y Querétaro, entre otros, son hoy el epicentro de una tragedia que, si bien fue detonada por las intensas lluvias, tiene un origen profundamente humano y político.